CARLOS TORO
Si el sueño de la razón produce monstruos, los delirios de la publicidad paren idioteces. La NBA ha regresado a su balón Spalding de toda la vida (los últimos 35 años). Con la temporada en marcha, se ha visto obligada a recuperar su viejo emblema de cuero granulado color naranja. Celebramos que haya mandado a la «shit» (así suena más fino) a ese engendro de microfibra (¡agggg!) y colores ofensivos con el que había tratado de sustituirlo por razones puramente mercantiles. Un triunfo de la tradición bien entendida frente a la pueril dictadura de la novedad por la novedad, por encima de cualquier otra consideración de orden lógico o natural.
Con frecuencia se asocia el espectáculo deportivo a su manifestación y «atrezzo» más estrafalarios, hijos a partes iguales del mal gusto innato y un sentido obsesivo de la comercialidad a ultranza. El deporte se ha convertido demasiado a menudo en el reino de la extravagancia textil e instrumental. Más aún: en el paraíso de la vulgaridad disfrazada de «diseño», maldita y sacralizada palabreja que supedita la esencia a la apariencia, que valora lo insustancial por encima de lo esencial y que se supera constantemente a sí misma para llamar compulsivamente a un consumismo voraz e irreflexivo.
El continente prima sobre el contenido. En nombre del «espectáculo» se cometen desmanes estéticos y se sustituye lo práctico por lo llamativo, y lo normal por lo forzado. Eso sin hablar del camelo ultratecnológico con el que fabricantes e intermediarios nos obsequian: materiales y tejidos de enrevesadas nomenclaturas seudocientíficas y milagrosas propiedades para el rendimiento del deportista. Combinaciones, aleaciones futuristas de, apostaríamos, composición etimológicamente inexistente y químicamente imposible.
Hay cosas, herramientas, utensilios que, aunque viejos, son, como el balón de la NBA, inmejorables. Algún imbécil genialoide inventará cualquier día la rueda cuadrada, porque la redonda está muy vista y «obsoleta» (otra palabreja, casi siempre alterada en su significado original). Lo malo es que legiones borreguiles y simiescas de mentecatos cotidianos le harán caso y la convertirán en un éxito. La rueda cuadrada en un planeta más cuadrado aún. Metáfora de un mundo superficial, dirigible y hueco. No lo ha creado Dios ni el azar, sino el marketing.
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