Lunes, 8 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6231.
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La desgracia abre el alma a una luz que la prosperidad no ve (Herni Dominique Lacordaire)
 ESPAÑA
A FONDO
La irresistible atracción de ETA
CASIMIRO GARCIA-ABADILLO

El atentado de la T-4 ha evidenciado las debilidades del presidente del Gobierno. Es, ante hechos inesperados, dramáticos, terribles, cuando puede calibrarse mejor el material humano que hay debajo del barniz que procuran los asesores, el aparato mediático y, en definitiva, la capacidad que da el poder para arropar las miserias, la ignorancia o símplemente la desidia de quien lo ejerce.

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Ahí es donde se ve la capacidad de liderazgo. La perspicacia que hace aparecer a los hombres de Estado cuando su nación los necesita.

Autocomplacido como estaba con su gestión, sobre todo en el asunto que a él más le interesa (el llamado proceso de paz) tras su exultante rueda de prensa del viernes 29, el presidente se marchó de vacaciones a Doñana. La bomba de la T-4 estalló a las 9.00 de la mañana del día 30. Rubalcaba no dio la primera versión oficial de los hechos hasta las 13.20 y fue entonces cuando el país se enteró que había «un desaparecido». Zapatero, que dudó incluso de comparecer ante los medios en su lugar de vacaciones, no llegó a Madrid hasta media tarde. Su anhelada aparición ante los periodistas no se produjo hasta las 18.15 (casi 10 horas después del atentado). Y su mensaje, dando por «suspendidas todas las iniciativas de negociación» con ETA, fue tan súmamente confuso, por no decir patético, que la secretaría de Estado de Comunicación (la sonrisa pueril de Moraleda tras la rueda de prensa fue una prueba palpable de la falta de sentido de la realidad que se vivía en esos momentos en el entorno de presidente) tuvo que montar un dispositivo para llamar a última hora a los atónitos informadores para «aclarar» lo que en realidad había querido decir.

O sea: misión cumplida. Como si nada hubiera ocurrido, cada uno, dentro del Gobierno, siguió a lo suyo. Es decir, de vacaciones. Excluyendo, claro, al ministro del Interior. Rubalcaba era el único que parecía darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. De como se perdía, minuto a minuto, la credibilidad ante los ciudadanos, como si una profunda herida desangrara a un Gobierno ignorante de su hemofilia.

Ante la avalancha de críticas y la poca eficacia de la rectificación vergonzante y tardía de Moncloa, tuvo que ser de nuevo Rubalcaba quien saliera a la arena, ya con la convicción de que había dos muertos, para afirmar sin matices que el proceso estaba «roto».

¿Y Zapatero? ¿Dónde estaba el presidente? ¿Y la vicepresidenta? ¿Dónde la incansable María Teresa?

Porque fue, además, Rubalcaba el que se acercó con el padre de Carlos Alonso Palate a la zona cero de la T-4. Ese martes, por la noche, el ministro del Interior tuvo que ser atendido de urgencia en el Hospital Clínico aquejado de un fuerte dolor de pecho. Afortunadamente, su corazón parece estar preparado para afrontar la angustia de la soledad en los momentos más difíciles.

¿Pero es que no había nadie que le dijera al presidente que su ausencia era un clamoroso error político: que estábamos ante el fin de más de tres años sin muertos de ETA? ¿Es que Zapatero no se daba cuenta por sí mismo de que el armazón político de su primera Legislatura se le estaba viniendo abajo como un castillo de naipes?

Por fin, el jueves (¡cinco días después del atentado!) el presidente se acercó a la T-4 y, de nuevo, dejó boquiabierto a todo el país con una declaración tan vacía, tan decepcionante, como falta de sentido: «Tengo más energía para ver el fin de la violencia». ¿Pero quién ha sido el genio que le sususurró esa frase?

Así que no fue hasta el viernes (ya con la vicepresidenta de vuelta de vacaciones en Madrid) cuando el presidente convocó al gabinete de crisis para (según el titular de El País) «responder a ETA»: ¡seis días después del bombazo que ha costado la vida a dos personas!

El sábado, Pascua Militar. Tras el discurso del Rey, medido, apropiado a las circunstancias, Zapatero aprovechó par hacer corrillo con los periodistas. De nuevo, una frase confusa, interpretable: «El diálogo ha llegado a su punto y final». Una rectificación en toda regla al número dos del PSOE, José Blanco, que se atrevió a reclamar autocrítica: «No hay ningún aspecto que permita decir que ha habido un error». Y, ante la insistencia de los informadores sobre la posibilidad de reapertura de «otro» proceso de diálogo con los terroristas, su más reveladora confesión: «Ése es un debate para otro momento». Es decir, que el presidente no descarta que, pese a todo, se reanuden las conversaciones con ETA.

El breve relato de los hechos serviría para avergonzar de su conducta a todos (exceptuando al titular de Interior) los que han navegado sin rumbo durante esta semana de zozobra, empezando por el que debería haber tomado el timón en sus manos aportando serenidad, ideas y orientación, y no sólo frases vacuas.

Pero no es sólo la falta de liderazgo lo que ha evidenciado la voladura de la T-4, sino la certeza de que estamos, más que ante un ingenuo (aunque acepto su buena fe), ante un visionario, alguien incapaz de analizar la realidad de forma objetiva, de aceptar lo que no se ciñe a sus presupuestos.

Lo que hemos podido ver con nitidez estos días es que el presidente no tenía plan B. Es decir, que no estaba previsto que ETA hiciera lo que ha hecho y, por lo tanto, nadie supo qué hacer, cómo actuar. Es como si el fabricante de un moderno avión no hubiera instalado máscaras de oxígeno o chalecos salvavidas ante su convicción de que el aparato en cuestión jamás sufrirá un accidente.

El problema ahora para Zapatero es que no puede rectificar. Y se agarrará como a un clavo ardiendo a cualquier mensaje conciliador de ETA o de Batasuna para dar «una nueva oportunidad a la paz».

Y va a tener mucha ayuda para hacerlo. En primer lugar, por parte del PNV, que ve claramente como, sin el proceso, es decir, con atentados, será imposible reformar el Estatuto vasco. Por eso, Ibarretxe se ha apresurado a recibir en Ajuria Enea a Arnaldo Otegi. Hay que resucitar el «diálogo» como sea, porque si no, el nacionalismo se queda de nuevo compuesto y si plan. Para no hablar de los jefes del PSE, Eguiguren y compañía, que han puesto toda la carne en el asador para que el invento saliera adelante.

¿Acaso cree alguien que ERC o IU retirarán su apoyo al Gobierno si Zapatero decide reiniciar el diálogo? Más bien, todo lo contrario.

No hay que olvidar que la estrategia respecto a ETA forma parte de un todo, una arquitectura política que consiste en aislar al PP, en hacerle imposible volver a gobernar si no es con mayoría absoluta.

Rectificar, volver al Pacto Antiterrorista, desechar completamente la reanudación del diálogo con ETA, sigificaría para Zapatero romper con toda su trayectoria política, aceptando que las grandes líneas políticas de la gobernación del Estado, deben pactarse entre el Gobierno y el principal partido de la oposición.

Por ello, no les quepa duda de que Zapatero, a poco que le guiñe el ojo ETA, volverá a caer en sus garras, como la mujer maltratada que perdona a su pareja una y otra vez. ¡Ojalá se dé cuenta del peligro que corre antes de que sea demasiado tarde!

casimiro.g.abadillo@el-mundo.es

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