Por primera vez en 20 años, el Gobierno estadounidense hará públicos sus planes para la fabricación de nuevas cabezas atómicas, según reveló ayer The New York Times. Aunque el presidente, George W. Bush, aún no se ha pronunciado, el anuncio oficial por parte del Consejo de Armas Nucleares se interpreta como un primer paso para la posible renovación del arsenal atómico, congelado desde los últimos estertores de la Guerra Fría.
Los defensores de la renovación del arsenal nuclear, como el general James Cartwright, al frente del Comando Estratégico, sostienen que las innovaciones tecnológicas permitirán mejorar la seguridad y la fiabilidad de las armas y harán más factible una hipotética reducción de las 6.000 cabezas nucleares a unas 2.000 en menos de una década.
Sin embargo, los detractores advierten que el nuevo diseño de las cabezas nucleares obligaría posiblemente al Gobierno a abandonar la moratoria sobre pruebas atómicas en el subsuelo, aislaría aún más a la Administración Bush en el contexto internacional y provocaría una nueva carrera de armamentos con Rusia y China.
El coste estimado de la mencionada renovación rondaría los 76.000 millones de euros y se enfrentaría a un más que posible bloqueo por la nueva mayoría demócrata en el Congreso. En cualquier caso, el Consejo de Armas Nucleares anunciará esta semana las conclusiones de la «investigación exploratoria» de la nueva generación de cabezas nucleares aprobada hace tres años por el Congreso, cuando los republicanos tenían la doble mayoría.
Sobre la mesa estarán las dos propuestas paralelas elaboradas por los técnicos del laboratorio de Los Alamos -donde se gestó la legendaria Little Boy- y del laboratorio Livermore de California, cuyo diseño llegó ya a ser detonado en el desierto de Nevada antes de que entrara en vigor la moratoria en los años 80. Los expertos no se han pronunciado aún por una de las dos propuestas, aunque la solución más viable es la de un diseño híbrido que combine elementos de ambas, según anticipaba ayer The New York Times.
Según los planes iniciales, la financiación del proyecto podría comenzar en 2010 y la producción estaría lista dos años después, cuando comenzaría la instalación de las nuevas cabezas en los submarinos nucleares.
El pasado viernes, anticipándose a la polémica que generará el anuncio, el portavoz de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear, Bryan Wilkes, afirmó que la Administración Bush no seguirá adelante con el plan en el caso de que sea necesaria una prueba nuclear. La postura del Departamento de Energía contrasta sin embargo con la de otras instancias de la Administración Bush. El subsecretario de estado para el Control de Armamentos, Robert Joseph, reiteró que la Casa Blanca no debe hacer ningún compromiso sobre futuras pruebas atómicas.
La renovación de las cabezas nucleares podría ser uno de los últimos caballos de batalla de Bush en 2008. James Cartwright, que controla directamente el arsenal atómico, no ha ocultado su intención de defender la urgencia del plan. «No vamos a reinventar las armas nucleares, ni nos vamos a aislar del mundo», declaró el general. «Si vamos a tener estas armas, deberán ser seguras y suficientemente fiables en el caso de ser usadas», agregó. En su opinión, la renovación es necesaria no tanto por cuestiones técnicas, sino de seguridad: los nuevos dispositivos estarían diseñados para «hacer virtualmente imposible su uso en el caso de caer en manos enemigas» o de ser robados por terroristas.
En noviembre pasado, un informe federal secreto determinó que las fosas de plutonio usadas en las cabezas nucleares del viejo arsenal no han sufrido graves deterioros y pueden funcionar con relativa fiabilidad durante un siglo o más. El científico Lisbeth Gronlund sostiene que esta investigación interna «elimina cualquier justificación racional» de la necesidad de renovar el arsenal.