Lunes, 8 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6231.
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La resurrección en Irak del 'matrimonio de placer'
La expansión de la 'mutaa' entre los chiíes acentúa sus diferencias sectarias con los suníes, que la tachan de prostitución
JAVIER ESPINOSA. Enviado especial

BAGDAD.- La pequeña oficina de Zemen Musaui se encuentra ubicada en la principal avenida que conduce a la sagrada mezquita del Imam Kadhem. El recinto está adornado con retratos del clérigo Muqtada al Sadr y del líder libanés Hasan Nasrala. También han colgado de la pared una shura del Coran que reza: «Hicimos al hombre y a la mujer para casarse».

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A simple vista, el despacho no difiere de los muchos que se encuentran en este barrio de Kadhimiya especializados en esponsales religiosos. La principal diferencia es que Musaui admite sin reparos que su delegación acoge con notable asiduidad los denominados matrimonios mutaa, una práctica que goza de creciente popularidad entre la mayoría chií de Irak y la misma reprobación entre suníes y grupos feministas.

La resurrección de la mutaa (placer) marcha paralela al auge político de los chiíes en Irak, ya que durante la dictadura de Sadam Husein estuvo prohibida. «Sólo pudimos abrir la oficina tras la caída del régimen en 2003. La mutaa era un tema ultrasecreto. Si la mujabarat (servicio secreto) descubría que organizabas esos matrimonios podías desaparecer para siempre. No se trataba sólo de que para los suníes estuviera prohibido, sino que era una costumbre chií y Sadam odiaba a los chiíes», recuerda Musaui.

La mutaa es una tradición que atesora 1.400 años de antigüedad y que en palabras del jeque Ali Meyaji, un graduado de la Hawza de Nayaf (el centro intelectual del chiísmo), «es una solución al problema sexual, el único medio legítimo para evitar el caos y la prostitución». Un rito en el que hombre y mujer acuerdan de manera verbal o por escrito casarse durante un periodo de tiempo específico que puede durar desde horas a años, y en el que a cambio la fémina recibe una remuneración (dote).

La recuperación de este uso en Irak ha desatado una enorme controversia teológica, pero también una enconada oposición por parte de personajes como May Warda. La poetisa de 30 años se ha convertido en una de las voces más populares entre las feministas locales desde que asumió la presentación hace tres meses del programa La mujer y la Ley en la primera emisora sólo para mujeres que existe en Irak: Radio Amor.

Sentada en los estudios ubicados junto al hotel Palestina -protegidos por muros de hormigón y guardias armados-, Warda no duda en calificar la mutaa de «prostitución», incluso siendo ella también chií. «La mutaa es una discriminación para la mujer. Si se queda embarazada su hijo no tiene ningún derecho. Es algo clandestino. Si fuera aceptado se haría de manera pública», asegura en un entorno decorado con retratos en blanco y negro de famosas artistas árabes como Umm Kulthum, la gran reina egipcia de la canción de la década de los 50.

«Pregúntele a cualquier hombre si dejaría que su hija se casara por la mutaa. El problema es que se ha politizado el asunto y ahora tienes que tener cuidado porque se puede entender como un ataque a una comunidad determinada [la chií]», la secunda Ujdad Adid, portavoz de Radio Amor.

El predicamento de la mutaa entre los chiíes, especialmente en el sur del país, se nutre en gran parte del ingente número de divorciadas y viudas que está generando la atroz guerra civil que sacude Irak, que se suma a décadas de conflictos pasados.

Según un estudio conjunto difundido por varias ONG femeninas, en diciembre el número de mujeres sin marido tan sólo en Bagdad ascendía a 300.000 y alcanzaba los ocho millones -35% de la población total- del país.

«El creciente número de divorcios y de viudas es una seria amenaza para las familias iraquíes y está causando la desintegración del país en su conjunto», alertó en noviembre la ministra de Asuntos de la Mujer, Fatin Abdul Rahman. «Son un sector muy débil porque se encuentran sin recursos», advierte Ujdad.

Instintos humanos

Yumaa Duani reconoce que la mayoría de las «cerca de 20 mujeres» con las que se ha unido siguiendo el rito de la mutaa eran precisamente divorciadas o viudas.

Frente al carácter tabú que todavía rodea a la mutaa en muchos sectores sociales, el ingeniero iraquí de 42 años no se muestra timorato a la hora de justificar este hábito. «El ser humano tiene instintos y un hombre no puede estar sin comer ni sin sexo. Lo mismo pasa con la mujer. No se puede hacer morir ese deseo. Por eso no hay monjas ni curas en el islam. En la sociedad árabe una viuda puede enfrentarse a la discriminación y no encontrar otro marido. La mutaa es la solución porque puede disfrutar del sexo con su amante y seguir cuidando de sus hijos», precisa mientras no cesa de manosear las cuentas de su rosario musulmán.

El último matrimonio mutaa de Duani se concretó el 17 de diciembre. «Firmamos por un mes y pienso renovar por un año», dice. Por teléfono su esposa, Ebtisaam Duani -son primos lejanos- reconoce que aceptó esta relación por dos motivos : «Soy viuda y tengo cinco hijos. No me puedo casar de forma oficial».

El ingeniero explica que sus esponsales han durado desde un día hasta tres años y que el precio que tuvo que pagar oscilaba entre los 30 y los 80 euros.

Duani admite también el componente sectario que acompaña a la mutaa, un uso que fue ya prohibido por el segundo califa suní Omar Ibn Jatab, una figura odiada por los chiíes.

«Esos califas decían que la mutaa era haram [pecado] y al mismo tiempo no dejaban de fornicar en sus palacios con todas. Es como Sadam y sus hijos. Perseguían la mutaa y al mismo tiempo pasaban todo el día con prostitutas», añade. Sin embargo, incluso en un periodo de extrema represión como el que personificó Husein, incontables chiíes como Duani o Jadem Mohamed continuaron practicando esta usanza de manera clandestina.

Jadem, que ahora tiene 31 años, mantuvo en 2001 una relación de tres meses con una joven de 25 años. Llegó a compartir un piso con otros cuatro amigos enfrascados en el mismo propósito. «Era un piso para pasar el tiempo con nuestras esposas de la mutaa. Teníamos un calendario y cada uno tenía derecho a usar el piso una vez a la semana. Le propuse renovar la mutaa pero ella se asustó. Nunca se lo dijo a su familia y tenía miedo de que se enterara. Me costó 100 dólares», apunta.

Para el jeque Ali Mayaji «el final del régimen policial nos permitió respirar y ahora los jóvenes pueden practicar la mutaa sin problemas. Nadie la puede prohibir. Es un derecho divino».

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