Martes, 9 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6232.
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Buenos deseos
JUAN GARCIA

No sé si para facilitarnos las cosas o qué, el caso es que este año hasta hemos tenido un anuncio en las marquesinas de los autobuses, quizás también en otros soportes publicitarios, haciéndonos un resumen de los deseos más habituales que solemos pedir por estas fechas, una especie de top ten de nuestras ilusiones más comunes, ya saben: desde el hacer más ejercicio hasta el aprender inglés, esta vez sí, esta vez en serio.

En fin, no sé si ustedes lo han visto, pero les aseguro que era un buen invento, incluso estuve a punto de pedirle a los Reyes (Magos, claro) la dichosa clasificación, para mí y para toda mi familia, con el fin de ayudarnos en esa tarea ímproba de señalar nuestros anhelos para el nuevo año, pero luego caí en la cuenta de que nosotros formulamos nuestros deseos con las uvas y que para cuando sus Majestades nos trajeran la lista de más solicitados ya no nos serviría de nada.

Después, ya más sereno, una vez pasado el impulso consumista que todos llevamos dentro, recapacité en que esa clasificación de deseos que me había llamado tanto la atención era bastante light, un poco superficial, excesivamente egoísta para los tiempos que corren y que no mencionaba ni uno sólo de los grandes anhelos que a buen seguro muchos de ustedes también incorporan en sus pensamientos para estas fechas, salvo que sean de los que mencionan estas cosas sólo cuando les entrevistan para las encuestas del CIS. Por ejemplo: que acabe el terrorismo etarra, que haya paz en el mundo, que cese el flujo migratorio y nadie tenga que dejar su tierra por razones de superviviencia económica o política, que ganen los míos en las próximas elecciones, que no haya paro y les suban el sueldo a los mileuristas, entre los que hay algún hijo nuestro, o que avancen más rápidamente los tratamientos contra el cáncer y todas aquellas enfermedades que tanto nos aterrorizan y ante las que el poderoso hombre del siglo XXI se encoge como un niño frente a una mano amenazadora.

Más o menos como el discurso que nuestro alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, les hizo este año a los Reyes Magos cuando desembarcaron con su comitiva en el Puerto de Barcelona. Unas palabras bienintencionadas, llenas de candidez, con las que resulta imposible no estar de acuerdo. Y es que hasta en eso se notó el cambio en la alcaldía de la capital. El año pasado, Joan Clos, recibió a las autoridades más mágicas que conocemos con un discurso político, casi de candidato, aunque todo el mundo daba por hecho que sus horas en la alcaldía estaban contadas. Lo hizo en una noche fría y lluviosa. Este año, Hereu ha estado más padre que alcalde y hasta el tiempo le ha acompañado con una tarde-noche espléndida.

Por eso quizás este año el, éste sí, alcalde y candidato socialista prefirió de cara a la galería recibir a los Reyes con palabras de paz y aprovechar la cabalgata para dar en su cabeza los últimos toques a su carta, que debería completar los deseos que expresaba mentalmente en la Nochevieja mientras engullía las 12 uvas de la suerte, temeroso de no dejarse ninguna y que perdiera una oportunidad.

No he podido conocer qué ponía en esa carta, pero no diferirá mucho de esto que les detallo y que les escribo con copia abierta a los demás candidatos a la alcaldía por si quieren aprovecharse: soluciones (mágicas, si no hay de las normales) para el encaje de la inmigración, evitando los guetos y las bolsas de marginalidad; soluciones para la inseguridad ciudadana, tanto si es real como si es sólo una percepción; soluciones para la vivienda y que de rebote se diluyan todos esos movimientos antisociales que tantos quebraderos de cabeza dan, y soluciones al tráfico, la limpieza y esos brotes de incivismo que nos traen por la calle de la amargura. Lo de la paz en el mundo, el final del hambre...eso es de oficio.

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