VICTOR DE LA SERNA
Se solía decir, allá cuando este cronista empezaba a aprender el oficio, que para un periódico de Madrid siempre es más noticiosa la muerte de un viajero del Metro en la estación de Sol que la de 2.000 mineros en la China. Era la, quizá cruel, pero innegable regla de la proximidad geográfica y/o cultural y/o afectiva, que cambia la valoración de cada suceso según dónde se produzca y dónde se publique.
Decimos lo de «era» y no «es» porque cada vez vemos que se difumina más esa vieja regla. Hay múltiples motivos: se ha expandido nuestra área inmediata de interés porque viajamos más, nos hemos integrado en la Unión Europea, tenemos acceso a medios de comunicación electrónicos procedentes de muchos lugares (y no digamos a través de internet), los periódicos de papel son ya menos locales que antaño...
Sn embargo, hay motivos ajenos a la genuina expansión de nuestros intereses informativos y que tienen más que ver con la disponibilidad de información por parte de los medios, sobre todo de la televisión. Ese breve secuestro de unos niños en una pequeña ciudad de Estados Unidos no merecería aparecer en el telediario de una cadena española si no fuese porque una agencia o cadena internacional ha suministrado unas imágenes bastante vistosas, y nada tan cómodo ni tan agradecido como unas imágenes de producción ajena... Así que vemos una cantidad de informaciones de bajísimo interés objetivo, pero como han sido suministradas por la agencia de turno, se rellena tiempo y espacio con ellas.
Quizá por todo ello también hemos ido perdiendo el enfoque en los diarios impresos, que siguen siendo un medio teóricamente selectivo y mucho más pegado a una clientela local o nacional de lectores que los medios electrónicos. Un ejemplo reciente lo tuvimos este fin de semana con la noticia de la muerte de Momofuku Ando, el muy provecto inventor de los tallarines instantáneos ramen en Japón. Los medios españoles se ocuparon de manera profusa del acontecimiento (que en la prensa de antaño habría sido definido como «luctuoso», claro). En EL MUNDO, el obituario del ingenioso industrial nipón llegaba a ocupar más espacio, con mayor lujo tipográfico, que el de Diego Armando Estacio, el segundo de los dos jóvenes ecuatorianos trágicamente muertos en el atentado etarra de Barajas.
Está claro que un empresario de 96 años tiene una biografía más densa que un modesto emigrante de 19, pero en este caso se ha infringido claramente la vieja regla del Metro madrileño y los mineros chinos. La víctima de ETA merecía más atención, y el muy remoto inventor de un tipo de tallarín perfecta y totalmente desconocido por el 99% de los lectores de EL MUNDO, que nunca han apurado un bol de ramen ni habían jamás oído hablar de los ramen, no debería haber recibido tanta consideración informativa. La cocina japonesa está en pleno boom entre nosotros, sí, pero no es suficiente justificación. ¿O sí?
|