Martes, 9 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6232.
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LITERATURA Y PROVOCACION / La autora sigue en la línea de la ficción científica con una historia mitológica de mujeres que dan a luz sólo a niñas / La correctora de pruebas se negó a seguir trabajando en el libro
Doris Lessing vuelve a escandalizar, a sus 88 años, con su nueva novela
STUART WAVELL. The Times / EL MUNDO

LONDRES.- A sus 88 años, la facultad de escandalizar no ha abandonado a Doris Lessing, una mujer que tiempo atrás fue considerada una agitadora comunista. El lenguaje escabroso de su novela más reciente, The Cleft (La grieta), ha ofendido a la correctora de pruebas hasta el punto de que se ha negado a seguir trabajando en el libro.

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La novela de Lessing narra la historia mitológica de unas mujeres conocidas como las clefts, que viven sin necesidad de aventuras sexuales ni de hombres y que sólo dan a luz a niñas, hasta que su armonía salta por los aires ante el nacimiento de unos descendientes varones, los squirts. Ambos nombres hacen referencia al aparato reproductivo [cleft significa grieta o hendidura; mientras que squirt quiere decir mequetrefe o chiquitajo].

«Le voy a contar», dice Lessing sin necesidad de preguntárselo, «qué es lo que a esta mujer le resultaba insoportable. Le molestaba la palabra cleft. Decía que la encontraba repugnante y degradante. No veo por qué. Le molestaba incluso más que squirt, la otra palabra».

Menuda, pero de un aspecto que impone, con el pelo canoso recogido atrás en un moño, Lessing recuerda a una sabia anciana india iroquesa, de nombre Caroline, que estaba convencida de que un buen día el mundo se iba a volcar patas arriba y sólo quedarían vivos los indígenas americanos y las hormigas. Esto le parecería perfecto a Lessing, quien recientemente opinó que el género humano era una especie sin ningún interés y que sería «mejor si todo esto se termina de una vez».

Pilas de libros y de periódicos, sobre las que asienta los reales un impresionante gato negro, dominan la sala de estar de su casa al oeste de Hampstead, al norte de Londres. Sus huesos, como ella suele decir, tienen la misma consistencia que la tiza, pero no deja de trajinar con gran agilidad ni por un momento y sigue teniendo la mente tan afilada como un cuchillo.

Con su abundante obra de ficción, poesía y teatro, Lessing pertenece a ese reducido grupo de escritoras (entre las que cabría citar a Muriel Spark, Iris Murdoch, Naomi Mitchison y Nadine Gordimer) cuyos textos han caracterizado la segunda mitad del siglo XX y cuyas vidas han hecho pedazos todas las convenciones.

Sus lectores se dividen entre quienes sienten pasión por su novela The golden notebook (El cuaderno dorado), considerado un clásico del feminismo -aunque no por su autora- y quienes prefieren sus obras de ficción científica, de las que se afirma que son responsables de que su nombre haya desaparecido de la lista oficiosa de candidatos al premio Nobel.

Resulta difícil, sin embargo, verificar hasta qué punto se toma ella misma en serio la idea de una sociedad femenina que se perpetúa sola a sí misma. Los científicos modernos sostienen que, en los seres humanos, ese tipo de reproducción es inviable, con la notable excepción de Jesucristo. Sin embargo, el nacimiento asexuado de cuatro dragones de Komodo en el Zoo de Londres ha reavivado el debate acerca de la forma en la que se ha desencadenado ese mecanismo.

Pues bien, resulta que Lessing se lo toma absolutamente en serio. «En mi opinión», explica, «los hombres han sido un invento reciente. Tienen ideas diferentes, pero son imprevisibles, no se puede contar con ellos. Todavía no se han asentado. Estará usted de acuerdo en que, en las mujeres, hay una especie de solidez. Tienen un empaque, como que han echado raíces».

Ante la pregunta de si mantiene la esperanza de que no sea demasiado tarde para que la evolución añada a los cromosomas de los hombres algo que los estabilice, la escritora se limita a decir: «Sólo confío en que la naturaleza nos salga con algo extraordinario, que no sé qué puede ser».

¿Estamos ante la misma autora que se lamentaba de que los chicos jóvenes se sentían «acobardados» por las feministas, a las que se refirió en su día como «el movimiento que más excesos ha cometido en toda la Historia»?.

Lessing recuerda que, supuestamente, ella misma era un símbolo del feminismo, «cosa que nunca me ha gustado mucho», aunque sigue siendo feminista. «Las feministas de los años 60», explica, «estaban llenas de energía y podrían haber hecho muchas cosas. Sin embargo, esa energía se les fue casi toda en criticarse las unas a las otras. En cuanto [el feminismo] empezó a convertirse en movimiento político, de izquierdas, por supuesto, empezaron a producirse cismas. En eso se fue casi toda esa energía».

También tiene otra cosa en contra de las feministas: «¡Sentían tanto desprecio por las mujeres! Hablaban de las mujeres que no tenían una profesión como si no fueran más que una birria. Eso hizo mucho daño».


Un agitado camino de rosas y espinas

En los dos volúmenes de su autobiografía, 'Under my skin' ['Bajo mi piel'] y 'Walking in the shade' ['Paseando a la sombra'], Doris Lessing describe sus años de educación en Irán y el traslado de su familia cuando ella tenía cinco años al sur de Rodesia, la actual Zimbabue.

Dejó de frecuentar la escuela a los 13 años y escapó de las expectativas agobiantes de su madre. Trabajó como niñera y como operadora en la central de teléfonos de Salisbury (Rodesia), y a los 19 años se casó con Frank Wisdom, un funcionario público. Incapaz de aguantar el estilo de vida de las colonias, abandonó a su marido y a sus dos hijos y se largó con un emigrante alemán, Gottfried Lessing, un comunista acérrimo, con el que tuvo un hijo, Peter. Pero el matrimonio no duró mucho.

Al término de la Segunda Guerra Mundial, se trasladó con Peter a Londres, donde su primera novela, 'The grass is singing' ['Canta la hierba'], la reveló como una prometedora estrella en el año 1950.

Antes de que otros intelectuales se dieran por enterados de los desmanes violentos de Stalin, Lessing se retractó de su «decisión neurótica» de afiliarse al Partido Comunista. Desde entonces, se ha referido a los comunistas como «asesinos con la conciencia tranquila».

Actualmente, la escritora tiene dos nietas -una de ellas abogada y la otra arquitecta- que viven en Sudáfrica, pero no tiene ninguna tentación de ir a visitarlas, aunque habla de ellas con un gran afecto. «Sudáfrica es un lugar horrible, muy desagradable y muy provinciano», señala.

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