La tradición de los corresponsales de prensa británicos que se hispanizan y escriben su libro sobre España es larga. Un caso especial es el de Henry Buckley, uno de cuyos hijos es guionista de la serie Cuéntame. A esa estirpe de «intrusos integrados» se acaba de incorporar Giles Tremlett, corresponsal de The Guardian y habitante de nuestro país desde hace más de 20 años. Su contribución se llama España ante sus fantasmas (Siglo XXI), ha sido presentado por Paul Preston e Iñaki Gabilondo y es, según su autor, un larguísimo reportaje que enfrenta al país actual con su pasado.
La ventaja de una mirada como la de Tremlett, ajena pese a todo, es el distanciamiento que aporta y, por tanto, la falta de dramatismo a la hora de enjuiciar los problemas españoles, como señaló Preston. También para las muy abiertas heridas con las que se abre el libro: nada menos que los muertos de la Guerra Civil y la guerra de memorias históricas.
En ese terreno (en el que hay sitio, por supuesto, para hablar de Paracuellos) ve, más que una discordia coyuntural, la última muestra del desacuerdo de los españoles sobre su propia Historia. Un desacuerdo que se remonta hasta la Edad Media y que impide una narración común del devenir histórico español.
Pero la obra, que los libreros tendrán dificultades para colocar (¿es de viajes, de Historia? ¿es un ensayo?) también aborda temas menos espinosos y resulta, como apuntó Preston, divertida.
Giles Tremlett se ha metido en barrios y asuntos marginales, se ha ocupado de cuestiones como el tráfico de drogas, la vida en las cárceles o el sexo de pago. Otro asunto central del libro es el acelerado paso de España de la pobreza a la abundancia, del atraso a la modernidad. La mejor imagen de ese tránsito quizá la proporcione Almodóvar. Si colaboró como el que más a traer la modernidad, fue porque venía (huyendo) de un mundo en el que su madre llevó luto durante 20 años. Para, luego, llenar con ese mundo sus películas.
La aceleración con que los españoles hemos pasado de Calzada de Calatrava a Hollywood no le parece mal a Tremlett. «Quizá se huye del propio pasado, pero se llega a sitios interesantes. Y siempre es bueno el amor a lo nuevo». En cuanto al debate sobre la Historia reciente, tampoco le parece mal. «Eso quiere decir que el modelo político funciona, y es mejor que el debate esté a la vista que escondido. Ni creo que se vayan a reabrir heridas ni a abrir otras nuevas. Hay madurez suficiente».
Entre memoria histórica, modernidad, cultura, sexo de carretera y arquitectura (la última le parece a Tremlett una de las cosas buenas de España; aunque Preston puso el pero del «edificio que va de Gibraltar a Barcelona, esa muralla de cemento»), hubo lugar en la presentación para hablar de la Monarquía. Tremlett piensa que el Príncipe Felipe, sin el aval de la Transición, con el que contó su padre, tendrá que inventar su manera de hacer las cosas.
Preston, republicano confeso, dio un argumento a favor de la monarquía por la vía negativa. En una Tercera República, vino a decir, el presidente sería Felipe González o José María Aznar, alguien que no sería del agrado de todos los españoles, dando un nuevo motivo de fricción. Mejor tener a una persona como el Rey, por encima de los partidismos.