DARIO PRIETO
MADRID.-
El caso de Islandia es particular. Si, por un lado, tiene una de las densidades de población más bajas del planeta (todo el país cuenta con menos habitantes que la ciudad de Gijón), por el otro, la densidad de músicos por kilómetro cuadrado es altísima. Sugarcubes, Björk, Gus Gus, Sigur Ros, Múm, Trabant y Mugison son sólo algunos de los grupos que han salido de la isla. Como muestra de esta riqueza, la Casa Encendida de Madrid organizó la pasada semana un ciclo de música islandesa contemporánea.
Jóhann Jóhannsson, Skúli Sverrisson y Hildur Ingveldardóttir Gudnadóttir hicieron de embajadores para esta muestra, en la que hubo lugar para la electrónica, la música de cámara, el rock o el folclore nórdico. En realidad, el ciclo mostró tres vertientes del mismo sonido. Los tres compartieron músicos y colaboraron entre sí en las tres actuaciones. Además, se pudo comprobar cómo, a pesar de las diferencias existentes entre los distintos grupos islandeses, puede apreciarse un sustrato común en la música de la isla.
Por ejemplo, en el concierto del pianista Jóhann Jóhannsson, que abrió el ciclo el 3 de enero, convergió la electrónica experimental y la sutileza de un cuarteto de cuerda. Un puente entre lo analógico y digital que recordaba al trabajo de Múm, mientras que las cintas con grabaciones de voces y las proyecciones postindustriales evocaban el post-rock de Sigur Ros. Y por encima, un piano en clave Satie.
Para introducirse aún más en la experiencia nórdica, la moqueta de la Casa Encendida se cubrió de cojines. Desde el suelo, nuevas perspectivas sonoras para el público, que podía oir sirenas (en realidad, las de una ambulancia, que se colaban desde la calle) y cavilar sobre la vida de las musarañas.
Entre Europa y América
Otra de las peculiaridades de Islandia es que está tan cerca de Europa como de Estados Unidos, aunque lo correcto sería decir tan lejos. La actuación de Skúli Sverrisson sirvió para hacer otro puente, en este caso entre los dos continentes. Con el chelo de Hildur Ingveldardóttir Gudnadóttir, que ya había acompañado a Jóhann Jóhannsson, y con el propio Jóhannsson a las programaciones, Sverrisson se aproximó a los patrones rítmicos de Neu, a los últimos discos de Radiohead -un tema parecía incluso una reinterpretación de Knives out- y al mestizaje de Arto Lindsay.
Durante la actuación, volvieron a surgir las comparaciones con sus paisanos. Gudnadóttir se arrancó a cantar con vocecilla élfica, como Bjork, mientras el guitarrista sacaba notas de su instrumento con un arco, igual que Sigur Ros.
El desembarco islandés coincidió además con la exposición dedicada a John Cage. Las ventanas tapiadas del patio de la Casa Encendida y las performances de las salas terminaron de ambientar el viaje a la experimentalidad gélida.
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