CARLOS TORO
A lo largo de sus 104 años de existencia, el Real Madrid ha padecido largas y profundas crisis, inherentes al propio desarrollo de cualquier institución. No tiene sentido tratar de compararlas para establecer una clasificación de gravedad, dadas las diferencias de todo tipo entre épocas y circunstancias. Pero, con toda certeza, muy pocas veces esas crisis han sido tan hondas como la que actualmente hiere al equipo y al club.
No es exagerado calificarla de histórica por diferentes razones, resumidas en su doble condición: deportiva e institucional. Hace tres años que el equipo, por razones de sobra conocidas, no gana nada y, por añadidura, la presidencia del club está sometida a una provisionalidad indiscutible y azarosa. A partir de esas dos evidencias aplastantes que se expresan por sí solas, los matices obligan a caer en el pesimismo. El enfermo está muy mal de todo: el cuerpo no le responde y la cabeza se le va. El pronóstico, por exagerado que pueda sonar a estas alturas de la temporada, es francamente sombrío, de un pesimismo objetivo inobjetable.
En cuanto al juego, el Real Madrid es una ruina. Sí, una ruina. No sorprende que pierda, sino, en realidad, que gane. Y hace tanto tiempo que aburre e irrita, que la situación ha adquirido visos de naturaleza y no de coyuntura.
Esto no parece un bache, sino una consciente identificación con el abismo; un mal arraigado en las entrañas de una plantilla superpoblada, llena de figuras superfluas bañadas en oro y apestando a incienso rancio. Una plantilla desequilibrada en manos de un entrenador al que, seamos justos, se le critica todo: si no cambia porque es terco; si cambia porque es incapaz de ser consecuente con sus ideas. O sea, es un borrico o un veleta, un cabezón o un cobardica. Todo vale para meterse con él.
Pero se llama Fabio Capello y todo ello va en el prestigio y el sueldo. El tedioso pero triunfal Capello se ha convertido en un resultadista sin resultados. Se puede perdonar el mal juego con buenos resultados. Y los malos resultados con buen juego. Pero no el mal juego y los malos resultados.
El Madrid es hoy un desastre universal lastrado con tres años estériles y una filosofía, la de Florentino Pérez, que se ha revelado perversa y corruptora.
Ramón Calderón huye desde el comienzo hacia adelante con un frenético carrusel de viajes preelectoralistas que le han conducido, entre algunos desvaríos verbales, a unos desembolsos difícilmente justificables en razón de la edad y del tonelaje de los futbolistas fichados y de lo que ello significa de definitivo desprecio a la cantera, por la que teóricamente se había apostado en el momento de tomar el cetro de mando. Si a la crisis se une el despilfarro, lo que falta también es la cordura.
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