RUBÉN AMON. Corresponsal
PARIS.-
Zidane hubiera preferido seguir jugando al fútbol. No quería faltar a su palabra ni desmarcarse de la retirada oficial que anunció en Madrid, pero el cabezazo a Materazzi y su despedida mercenaria en el estadio de Berlín le hicieron recapacitar sobre la idea de prorrogar su carrera.
Estas cosas las cuenta Zizou en un documental emitido anteanoche en Canal Plus con todos los síntomas de una terapia de grupo. Se trataba de recordar la experiencia de los bleus en el Mundial de Alemania, aunque los protagonistas -Zidane, Barthez, Henry, Sagnol, Ribery, Thuram, Gallas y Makelele- parecen haber convertido el estudio televisivo en el diván del psicoanalista a la medida de un ejercicio terapéutico de regresión.
¿Qué sucedió aquel 9 de julio? La pregunta puede responderse con mayor serenidad porque han transcurrido seis meses y porque Zidane ha matizado la rabia y el orgullo que precipitaron sus primeras declaraciones después del trauma: «No me arrepiento. Mi reacción fue la respuesta a una provocación. Sin la provocación no hubiera habido cabezazo», declaró Zizou vestido de militar tres días después de la famosa cornada.
Ahora, en cambio, reconoce el error, apela al atenuante abstracto del destino («estaba escrito») y confiesa sin pudor las sensaciones que le han angustiado todos estos meses: «Si no hubiera anunciado mi retirada habría seguido jugando un año. Dejar de jugar al fútbol después de un incidente así... Es duro, muy duro. Lo es porque llevaré conmigo esta experiencia durante toda mi vida. No quería terminar mi carrera de esta manera. Tengo que asumir cuanto hice. Forma parte de las reglas del juego».
Zidane también habla con los ojos y con los silencios, aunque su telegenia no seduce a sus compañeros de equipo. Willy Sagnol, por ejemplo, recuerda haber sentido vergüenza cuando vio las imágenes por televisión, mientras que Thuram se coloca el birrete de fiscal para reprochar al capitán la estupidez del cabezazo: «El gesto de Zidane no tiene justificación. No tuvo ninguna razón al hacerlo. Si dijéramos lo contrario nada me impediría mañana saltarme un semáforo en rojo o liarme a puñetazos con el primero que me encuentre en la calle».
Unas y otras declaraciones alimentan durante 90 minutos el documental de la machada francesa en Alemania. El míster, Raymond Domenech, se ha negado a participar en el montaje, pero sí lo han hecho los rivales que fueron cruzándose con el equipo francés camino del 9 de julio de 2006. Entre ellos, los españoles. Casillas y Raúl recuerdan a toro pasado el daño que hizo el empate de Ribery, mientras que Luis Aragonés, envuelto en una escenografía funeraria, se desmarca de las acusaciones de xenofobia: «Tengo muchos amigos negros, gitanos y de etnias asiáticas. A mi nadie puede venir a decirme que soy racista. Porque es mentira».
Las explicaciones contradicen la versión de los jugadores franceses. No sólo las de Vieira, que tuvo un mano a mano dialéctico con Aragonés durante el partido. También las del blanquísimo Sagnol, cuyo testimonio en el documental de Canal Plus ofrece pocas dudas sobre las sensaciones del vestuario tricolor: «El entrenador español es racista. Eso es todo».
Ya puestos a ajustar las cuentas, Zidane ironiza con las llamadas a la jubilación que aparecían en los quioscos españoles el día del partido de octavos. Paradójicamente, fue una manera de motivarle y de transformar su discreto mundial en una exhibición acomplejante de talento. Sirvan como ejemplo las imágenes que Canal Plus divulgó anteanoche en homenaje al duelo en cuartos con Brasil. Era Zidane el único brasileño.
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