MIGUEL PRIETO
La magia del Dakar permite disfrutar de fenómenos geográficos espectaculares. Desde el coche, si la tensión de la carrera no lo impide, se pueden apreciar los contrastes de esta tierra, tan castigada y dura como agradecida con el visitante. Estamos en Marruecos, es invierno, pero la nieve y el desierto se mezclan con dulzura. Ayer, en dos horas pasamos del macizo central del país a la arena sedienta del sur. En la primera parte de la etapa pudimos apreciar los picos nevados y la impactante imagen de pueblos de alta montaña, similares a los austriacos, con sus techos de pizarra y las chimeneas humeantes. Un golpe visual, una golosina para la cámara.
La caravana avanza hacia territorios más meridionales y la ropa empieza a sobrar. Camino de Er Rachidia, a sólo 200 kilómetros de las blancas cumbres, asoma el desierto con toda su crudeza. La temperatura asciende por encima de los 40 grados y la camiseta sudada es la única prenda que admite el cuerpo. La tierra salta y el camión se adapta a su terreno favorito. En las cunetas ya se ve a la gente de los pueblos, que sigue mirando curiosa a los grandes vehículos. En las etapas de Portugal, pudimos apreciar la fogosidad del público, siempre con ganas de estar cuanto más cerca de los coches mejor. Claro peligro cuando delante hay mastodontes de toneladas, con limitada capacidad de reacción. En Marruecos notamos mayor prudencia. Parece que la campaña de prevención de accidentes que ha llevado a cabo la organización está teniendo sus frutos. Ojalá no haya lágrimas que verter. Hace varias semanas, seis coches hicieron todo el recorrido dando clases de seguridad vial en los colegios y poblados advirtiendo de los riesgos de atropellos que se pueden sufrir si, sobre todo los niños, invaden las pistas. Se pusieron vídeos y se ofrecieron charlas educativas.
Ayer, guardando las distancias, todos pudieron ver la soltura de Carlos Sainz, el más rápido en estas primeras etapas. Es su momento, hasta que el desierto nos engulla y sean los pilotos experimentados los que marquen el ritmo. El Dakar es un 50% aventura y otro 50% competición, mucho más difícil de gobernar la primera mitad que la segunda. Hay que conducir rápido y domar al desierto.
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