Martes, 9 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6232.
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ETA VUELVE A MATAR / Las víctimas
«Que sepan que Diego no está muerto»
La familia y la novia del segundo fallecido lo entierran en Machala, su ciudad natal, entre el dolor y la indignación
ISABEL GARCIA. Especial para EL MUNDO

MACHALA (ECUADOR).- «Que sepan todos ustedes que Diego no está muerto; él sigue vivo y lo estará siempre». Eran las palabras desgarradoras que pronunciaba ayer Verónica Arequipa, la novia de Diego Armando Estacio, el segundo de los ecuatorianos asesinados por ETA. Las decía instantes antes de que la tierra se tragara para siempre el cuerpo de Diego, en una fosa del cementerio de Machala. En esta ciudad costera situada al sur de Ecuador nació el joven hace 19 años. Allí creció hasta que, a los 13, emigró a Europa.

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Hasta Machala llegaron centenares de personas que despidieron a Estacio como si fuera un mártir. Fe de ello daban las ofrendas florales, las pancartas con lemas como Te queremos, Diego, o Machala no te olvida y la bandera tricolor de Ecuador sobre su féretro.

Eran las 12.00 horas (18.00 en España) y en el pequeño camposanto no cabía nadie más. Los padres de Diego, Winston y Jacqueline, acompañaban a su hijo entre sollozos, mientras que su novia y su hermana mayor, Carmita, lo hacían unos pasos más allá. Ninguna de ellas habló durante la ceremonia, que duró menos de media hora.

Sí lo hizo uno de los primos del muchacho, que le recordó como un chico «amable y servicial», que tenía la ilusión de comprarse un piso con Verónica antes de que acabase este mes. Su abuelo materno, el agricultor Avelino Sivisapa, de 58 años, prefirió quedarse con el Dieguito de años antes, cuando le acompañaba a la cancha para verle jugar. «Era una de sus grandes pasiones; siempre dijo que quería ser futbolista cuando fuera mayor para sacarnos a todos de la pobreza».

Quizá por eso, también ayer, sus amigos de la infancia pasearon el féretro por el pedregoso campo de fútbol -un par de postes como porterías, malas hierbas, arena y piedras- en el que tantas veces había emulado a sus héroes de la selección ecuatoriana. «Era muy bueno con el balón... y con las chicas», comentaba Segundo Flores, uno de sus compañeros.

«Era un muchacho muy inquieto al que le gustaba estudiar. Antes de emigrar a España en busca de su madre nos dijo a los maestros que volvería algún día a Machala siendo alguien importante, y mira cómo ha vuelto», decía con indignación Angélica, que fue su profesora en la escuela del barrio marginal de Urzesa 2, donde estudió hasta que se marchó de Ecuador.

Mientras tanto, la multitud que quería rendir su último homenaje a Diego Armando aumentaba a cada paso. Todos querían dar la mano -o por lo menos tocar- a los padres del fallecido, pero éstos ni siquiera comprendían lo que sucedía a su alrededor. La madre se limitó a pedir «respeto, justicia» y el cese del terrorismo. Fueron las súplicas que lanzó también durante el velatorio de su hijo, celebrado en la humilde casa que compartió con él hasta que se marchó a Italia.

Los vecinos decoraron la habitación del velatorio, que tuvo lugar durante toda la noche del domingo, con flores, cortinas nuevas y velas que adecentaron las paredes de cemento, vacías y sobrias.

La vecina Mariela Cuenca, toda vestida de negro, se abrazó a uno de los familiares: «No me puedo creer que él esté aquí ahora; parece que fue ayer cuando se le rompió la televisión que tenían en casa y venía a la mía para ver los programas».

Al otro lado del féretro, la prima Jessica Estacio hablaba de él en tono cariñoso, pero también denunciaba: «Yo tengo que regresar a España, pero tengo miedo de que vuelva a ocurrir otro atentado. ¿Cuándo pararán?».

Después del velatorio, amigos y familiares transportaron el ataúd de Diego hasta la iglesia de Machala, en la que se ofició una misa. Néstor Herrera, arzobispo de la ciudad y presidente de la Conferencia Episcopal de Ecuador, ofició la emotiva ceremonia, a la que también acudió la vicealcaldesa de Machala, Patricia Enríquez, en representación de las autoridades locales. La comitiva española que había acompañado al cadáver y a sus familiares desde Madrid ya había partido rumbo a España.

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