El concepto recalificación, al menos entendido en sentido literal, sólo debería ofrecer la posibilidad de contribuir al desarrollo del espacio urbano colectivo que cualquier terreno merece. Pero la realidad cotidiana de nuestras ciudades, lo sabemos todos bien, prefiere hablar de otro tipo de beneficios.
Y no sería del todo malo que estos dividendos se ciñeran exclusivamente a lo meramente económico, ¿quién dice que el progreso esté reñido con la prosperidad? Lo más sangrante, y donde con mayor intensidad se manifiesta el cinismo de una sociedad marcada por el afán de éxito económico, es cuando el hecho de recalificar fundamentalmente atiende a intereses especulativos.
De ahí que, donde había costas, surgen muros de hormigón en primera línea de playa y donde recordamos campos de deportes y zonas arboladas de baja densidad, emergen rascacielos firmados por arquitectos de prestigio internacional.
Iconos ensimismados, estos últimos, que sin duda asombrarán por sus proezas constructivas o por lo afinado de su diseño; pero que en definitiva no hacen más que contribuir a la transformación del territorio hasta convertirlo en un espacio indefinido; donde éstos actuarán (en acto de usurpación) como únicos responsables acreditados para asumir cualquier signo de reconocimiento e identidad.
El lateral oeste del Paseo de la Castellana, en lo que fueran los terrenos de la ciudad deportiva del Real Madrid, se ha convertido en la operación de recalificación por excelencia.
En estos momentos están en avanzado estado de construcción las cuatro torres que, sin duda, modificarán la línea del horizonte de Madrid (lo de llamarle skyline me parece que favorece en exceso a la importación: ya es suficiente con que tres de los cuatro equipos de arquitectos de los colosos sean de titularidad extranjera) y que vendrán a subrayar el poder económico de la capital.
No obstante, a la sombra de estos rascacielos de relumbrón se puede encontrar un magnífico ejemplo de otro tipo de sensibilidad urbana. El edificio Alstom-Aresbank, obra de Gabriel Allende, ofrece a la ciudad una pequeña lección de cómo asumir el territorio sin necesidad de caer en la falsa ilusión de la obra con vocación de emblema.
Sobrio y austero, esta obra reconoce la peculiaridad de un emplazamiento en el borde de la Castellana, donde está conectada con la vía que une la estación de Chamartín con los barrios del oeste de la ciudad.
Debido a tan singular localización, a la obra de Allende no le queda más remedio que aceptar su valor posicional al proponer un volumen de lectura tan sencilla como permeable.
Se produce, por tanto, una planta en U donde los núcleos de comunicación verticales -acabados en hormigón al exterior- facilitan una solución estructural que, en su alzado central, hará permeable las tres plantas inferiores.
Una propuesta que permite a la ciudad fluir bajo él al conectar visualmente la pequeña plaza trasera con el lateral de la Castellana. Recurso del que parece haber tomado buena nota Foster -autor de la torre vecina- al incorporar en su edificio una solución similar y propiciar así un reconocimiento que le honra.
EDIFICIO ALSTOM-ARESBANK.
Situación: Paseo de la Castellana, 257
Arquitecto: Gabriel Allende Gil de Biedma.
Proyecto: 1991
Construcción: 1991 - 1994