NACHO TEMIÑO. Especial para EL MUNDO
VARSOVIA.-
Cuando Alicja Tysiac supo que podría quedarse ciega si tenía a la niña pidió que se le practicase un aborto, ya que su caso se encuadraba dentro de los supuestos en los que la legislación polaca admite la interrupción del embarazo. Recorrió entonces muchos hospitales.
«Ser ciega no es incompatible con tener una vida sana», le aseguró un ginecólogo. «No me quiero manchar las manos de sangre», se justificó otro. Una tras otra, las puertas se fueron cerrando hasta que fue demasiado tarde. Tras 12 semanas de gestación es imposible abortar en Polonia, más aún para una joven sin recursos, incapaz de pagar un procedimiento ilegal en un centro privado.
Alicja tiene ahora 35 años y una pequeña de cinco, Julia, a la que mira tiernamente a través del grueso vidrio de sus gafas. Está prácticamente ciega y sólo espera que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos reconozca que fue privada injustamente del derecho a abortar. Después de cinco años de peregrinación judicial, primero en Polonia y luego en el tribunal de Estrasburgo, el proceso ya ha concluido y sólo queda dictar sentencia.
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