Tras una ardua negociación bajo cuerda, Zapatero llegó a una serie de compromisos con Eta. Cumplió con algunos y, ante la presión de la opinión pública, del PP y de la Justicia, creyó que podía dar largas a otros como en su momento hizo con Carod Rovira. Eta no ha aceptado ser tratada igual que ERC y soltó el bombazo.

La declaración de alto el fuego permanente fue la condición exigida a la banda para el acuerdo con Zapatero. El presidente por accidente, con la sonrisa en los labios, empezó a cumplir a partir de ese momento con los compromisos subterráneos contraídos por el Gobierno. Internacionalizó el conflicto en un desdichado envite en el Parlamento europeo, amén la invitación a Blair y otros dirigentes para participar en su política. Aceptó la legalización de hecho de Batasuna, negociando directa y públicamente con ese sector de Eta. Convirtió a la banda terrorista en interlocutor político del Estado español al forzar una insensata votación en el Congreso de los Diputados. Ordenó al fiscal que redujera hasta el escándalo la pena de De Juana Chaos, preludio de lo que había acordado con la banda sobre sus presos. Hizo la vista gorda sobre una kale borroka embravecida. Maniobró indirectamente para evitar el encarcelamiento de Otegui. Se desentendió del pertinaz chantaje sobre los empresarios. Pasó por alto la decisión etarra de no desarmarse sino todo lo contrario: de rearmarse con el espectacular robo de pistolas, munición y explosivos. Declaró, en fin, con ambigüedad inequívoca el derecho de los vascos a decidir en contra de la voluntad general de los españoles, lo que le valió el elogio encendido de Otegui, el abrazo del oso.

Pero como empezó a dar largas sobre los demás compromisos -mesa de partidos, indulto a los presos, Navarra y otros que desconocemos- la banda, consciente de la debilidad del presidente del Gobierno, declaró a través de su periódico adicto que el Gobierno no estaba cumpliendo lo pactado y anunció una fecha ultimátum para que así fuera. Y vino el bombazo.

Zapatero, embustero, mintió a todos como hizo durante el turbio pasaje del Estatuto de Cataluña. Cuando la reacción de la opinión y de destacados barones de su propio partido le hicieron comprender que no podía cumplir el compromiso contraído con Carod Rovira -aceptar el texto completo si era aprobado por mayoría suficiente en el Parlamento catalán-, Zapatero sustituyó al líder de ERC, coronado de espinas, por Artur Mas. Y se quedó tan fresco. Pero Eta no tenía sustitución posible. Eta no es ERC. Eta respondió con la salvajada de Barajas.

Lástima, en fin, que Zapatero en su propósito de fragilizar la Transición y excluir al PP de cualquier decisión de Estado -de nuevo la media España del verso machadiano helando el corazón de la otra media- no haya leído a Antonio Muñoz Molina: «Me saca de quicio -ha dicho el gran escritor- que los demócratas se contagien del lenguaje de los terroristas. No podemos llamar «lucha armada» a sus crímenes. No hay ninguna guerra; hay unos cuantos canallas a los que hay que aplicar todo el peso de la ley».

Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.