Miércoles, 10 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6233.
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De fiel bastón a compañero de celda
Un anciano de 83 años ingresa en La Modelo por una condena de dos años, con numerosas enfermedades y una maleta repleta de medicamentos
SILVIA TAULÉS

BARCELONA.- Lo que más pesaba dentro de la bolsa era la caja de los medicamentos.

A sus 83 años, M. V. portaba también un pijama y los enseres de limpieza personal que le preparó su esposa con esmero la noche antes de entrar en la cárcel. Como estaba previsto, como lo dictó el juez, este anciano cruzó la puerta fatal de La Modelo a las 10.00 horas en punto del pasado lunes.

Nunca pensó que el destino de uno de los viajes de su vejez sería a un lugar tan cercano. Y que sus compañeros de viaje serían su fiel bastón y los fármacos que le ayudan a escapar de las múltiples enfermedades que le afectan desde las piernas hasta el cerebro.

M. V. ha sido condenado por la Audiencia Provincial de Barcelona a dos años de cárcel por un delito de fraude fiscal. Habitualmente, con una condena menor de dos años y sin antecedentes penales, el condenado no ingresa en prisión. Pero esta vez, la juez que instruyó el caso considera que al tratarse de fraude económico, M. V. tiene dinero suficiente para pagar la responsabilidad civil.

Él lo niega, por boca de su abogado, Oscar López, quien presentó en su momento los certificados necesarios que acreditan a su defendido como insolvente. Pero tanto la juez de primera instancia como la Audiencia Provincial han determinado que robó dinero con el que podría pagar lo que debe.

De todos modos, comentan fuentes del Departament de Justícia que se trata de «un caso muy atípico», puesto que «lo lógico sería que no ingrese». Además de los supuestos citados, las mismas fuentes recuerdan que el delito que se le imputa «no causa alarma social», otro de los puntos que podrían obligar a decretar prisión.«Pero con esa edad y con los problemas de salud que tiene, es muy extraño que haya ingresado en la cárcel», admitían desde Justícia, «aunque todo depende del juez y hay que recordar que existe la falsa creencia que a partir de cierta edad no ingresas en la cárcel y eso no es cierto, puedes entrar en prisión aunque tengas 100 años».

No tantos, pero quizás sí demasiados. M. V. cumplirá 84 dentro de pocos meses y espera poder cumplirlos fuera de La Modelo. Para eso su abogado ha puesto toda la maquinaria en marcha: un recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional («el mismo que los Albertos», recuerda López) y ya han pedido hora con el subdirector de régimen penitenciario, quien debería otorgar el tercer grado al recluso. «Desde Justícia también podemos pedir el tercer grado, pero muchas veces el juez lo revoca», recordaban las fuentes oficiales. «Aunque la familia no debe preocuparse, que en La Modelo hay una enfermería muy potente y muy buena asistencia sanitaria».

Sin embargo, la compañera sentimental de M. V. no lo tiene tan claro. Recita casi de memoria el informe médico realizado por el cardiólogo del Hospital Clínic Francisco Valls en el que se relatan una a una las dolencias de su amado.

Alergia pericíclica, infartos cerebrales, arritmia, hidrocefalia, episodios sincopales, bradicardia, aneurisma de aorta de etiología arterioesclerótica, deterioro congénito irreversible que provoca pérdida de fuerza, disminución emocional. Son algunas de las palabras que aparecen en un informe del que se deduce que las piernas no le responden, que la mente a veces se pierde en su cabeza y que en muchas ocasiones no puede ni vestirse solo. Para frenar lo que el médico define como irreversible, M. V. toma, entre otras cosas, sintrón, ciclofalina y hemovás.

El pasado lunes, a las puertas de La Modelo, M. V. parecía desconcertado.Sus ojos denotaban no entender demasiado cómo había llegado hasta allí. Con su fiel bastón cruzó la puerta ante las lágrimas contenidas y ya usadas de la que ha sido su esposa (aunque no tienen papeles oficiales que les acrediten como matrimonio) durante más de 40 años.

«No nos lo hemos creído hasta que ha pasado», comenta la compañera que prefiere no decir su nombre. «No quiero que nadie nos reconozca, en nuestra familia no lo hemos contado, nos da vergüenza», comenta alterada una señora que asegura sentirse perdida ante tanto papeleo.«Es que no sé cuando le voy a volver a ver, dicen que tienen que pasar 15 días desde el ingreso, que si necesito unos cupones que me tiene que dar el abogado, que si hay unas taquillas en las que tengo que dejar las cosas». Esta mujer habla de aquí para allá, nerviosa y angustiada. Dice que ya ha gastado todas las lágrimas y los tranquilizantes y que espera que saquen a su marido de la cárcel.

Y le da la bolsa a su esposo, la que suele usar para pasear a su perrito, y recuerda que los medicamentos casi no le caben.«Nos dieron instrucciones muy claras de lo que podría entrar; yo le he preparado la maleta como he podido».

Y ahí está M. V. a las 10.00 horas en punto del lunes, con su bolsa y su bastón y sus ojos perdidos y su incredulidad y su miedo.

Y sus medicamentos. Claro.

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