CARLOS BOYERO
Escucho un mensaje telefónico en el que un cordial Dragó me anima a ver su estimulante combate sin sangre con el luciferino Carrillo y a que escriba mis impresiones sobre él. No hacía falta. Tengo la seguridad de que hay abundancia de columnistas y críticos en este periódico que estarían encantados, sin necesidad de aviso, de exaltar la profesionalidad y el arte de uno de los nuestros. O sea: de los suyos. Me hago un lío con eso de las pertenencias comunes, ya que sólo tengo claro que soy uno de los míos, y a veces, ni eso.
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El horario de esta sabrosa entrevista, o interrogatorio sin tortura física, entre el anciano y ortodoxo comunista y el hijo descarriado y converso sólo es adecuado para la esperanzada dueña de Telemadrid, los insomnes, los morbosos y los liberales convencidos de que el penetrante ángel de la libertad conseguirá sutilmente que su antiguo y retorcido mentor confiese de una puta vez sus monstruosidades en Paracuellos. También los infinitos crímenes que amparó, comprendió y tuteló en cualquier lugar del universo que estuviera asfixiado por el terror rojo y en falaz nombre de que los prescindibles parias de la tierra dejaran de serlo algún día.
Y el resultado no me decepciona. Aguanto sin perder la sonrisa en esta sinuosa partida de ajedrez hasta su clausura a las 03.15 de la madrugada. De Carrillo me pasma su triunfante desafío a la devastación mental que suele acompañar a la vejez. Su cerebro, su temple, su memoria, su capacidad de encaje y de respuesta funcionan como siempre, negando esa carga tan extenuante de los 92 años. Ante los sonrientes navajazos de su implacable acusador pretendiendo acorralarle, los devuelve con cargas de profundidad sobre las terrenales claves que transforman a un izquierdista en prócer intelectual de la derecha. A los lamentos de Dragó sobre su pasado comunista, aduciendo que aquello ocurrió debido a su juventud e ingenuidad, Carrillo se permite dudar de que éste haya sido nunca ingenuo, pero sí permanentemente «espabilado». Añade en plan venenoso y demagogo que a ningún converso le suele ir mal. O sea, que en las conversiones son más verosímiles las ventajas económicas que el milagroso rayo de luz con el que te ilumina el Santísimo.
De Dragó sabía que era inteligente, leído, viajado, seductor, parlanchín, comunicador, ágil y brillante ante la cámara, el micrófono y la página en blanco. Lo que ignoraba es que ante todo se considera un hombre honrado. Pues ya somos dos. Que defina a los okupas, antiglobalizadores, punkis y anarquistas como un despreciable «batiburrillo» entra dentro de su concepto «neoliberal» de las personas y las cosas. Muy entretenido su bombardeo al monstruo estoico. Más incluso que aquellos programas que dedicó a su admirado estadista Aznar. Seguiré el informativo del renacentista Dragó. Seguro que posee un toque personal y voz propia. Y por supuesto, mogollón de liberalismo.
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