Miércoles, 10 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6233.
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Sangre en el rompeolas
Antonio Lucas

A este otro lado del río despuntó el sol con destello latonero. Un día de esos que no gusta a los gitanos porque la luz desciende turbia como el ojo de cristal de un comisario. Era una mañana de amanecer arrepentido, fea, humeante, zumbada aún por la sangrienta estupidez de un atentado que viene a barrenar el frágil alero de una tregua envenenada de nuevo con metralla. Bajo el esqueleto de la T4 han matado a dos ecuatorianos a quienes ETA, probablemente, les importaba un huevo. Cuando uno tiene que buscarse la vida sin adornos, a la fuerza y lejos de casa, el nacionalismo sólo es el peligro de una frontera más, un furioso malentendido de folclores.

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El ideólogo del nacionalismo (digamos Otegi) suele ser filósofo de una sola muda que improvisa una teoría de raza (igual que hizo Franco en mal cine) cuando las razas hoy sólo se estudian en las facultades de veterinaria; y ni eso, porque lo correcto es decir especie. Estos curanderos de patria chica no tienen costumbre de mirar más allá de la tapia del corral. El cosmopolitismo es para ellos un esguince de identidad y el mundo se resume en una vuelta a la manzana. Amortizan la usura intelectual en el perímetro del barrio, acantonados en el bar de siempre con una feligresía biónica y enajenada.

Es difícil especular las consecuencias reales (ninguna más importante que los dos muchachos sepultados en Barajas) de la dentellada del sábado aquel. A Zapatero le han levantado las cartas los grajos de ETA, forzando una nueva prueba donde, ya sí, debe dar la talla. Estaba doblando aún sereno la última esquina de 2006, el año más lumpen del siglo. Ahora debe cambiar y tensar las cinchas de un proceso en coma y no deslizarse por el tirabuzón del maniqueísmo rampante. El mayordomo le advierte de que es hora de pactos. Pero faltan caballeros. El proceso de paz ha quedado en rigor mortis en el peor momento, cuando su flaqueza empezaba a hacer aguas entre el jaleo de unos y la siniestra estrategia de otros. Por eso el bombazo resulta aún más perverso, más inútil, mientras el mester de la oposición espera turno dándole piedra a la faca, en esta ciudad donde no silban los afiladores.

Tras la 'anfeta' de las campanadas en la noche más pagana del almanaque se abrió de nuevo la corrala vocinglera de la incertidumbre. El boquete de la dinamita tuvo su tregua entre el fiestón y la resaca, pero hoy vuelve el runrún a las tabernas igual que las galgas toman posiciones en Montera tras las fiestas, con su lencería de escarcha humillada por el truculento minué de las braguetas. Ya ven, todo está en su sitio en Madrid, «rompeolas de todas las Españas» (Antonio Machado), aguardando con hastío a ver qué pasa, mientras madura la sospecha de que toda alternativa al salvajismo terrorista transita infatigable por caminos de palabras, por senderos de ida y vuelta. Eso nos diferencia.

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