Los ordenadores del Ministerio de Exteriores de Nicaragua están recién desembalados. Lo mismo ocurre con los del centro de prensa donde estos días se acreditan decenas de corresponsales extranjeros para cubrir hoy la toma de posesión de Daniel Ortega como nuevo presidente. Pantallas planas y la última tecnología regalo de Taiwan, tal y como dice la placa pegada en cada aparato para recordatorio del funcionario. Pero no son sólo las computadoras; el edificio entero del Ministerio es regalo de la nación asiática, y también la residencia oficial del Gobierno.
A cambio de respaldo diplomático en su enfrentamiento con China, Nicaragua se ha beneficiado generosamente en los últimos años de las inversiones y la interesada solidaridad de la isla asiática, en lo que supone una de las entradas principales de dinero al país junto con los envíos de los emigrantes, la caridad internacional y la exportación de café.
El país centroamericano es una de las 24 naciones -12 de ellas en Latinoamérica- que reconoce diplomáticamente a Taiwan. Nicaragua considera independiente a la isla-estado y no «provincia china rebelde», además de apoyar cada año los frustrados intentos de Taiwan de convertirse en miembro de las Naciones Unidas. A cambio de eso, los chinos de la antigua Formosa inyectan millones en la maltrecha economía nicaragüense y untan, en secreto y en metálico, a altos funcionarios.
Paralelamente, Taiwán ha puesto sobre la mesa 240 millones de dólares en inversiones en los últimos años y ha regado el país de Zonas Francas o maquiladoras que generan 30.000 empleos para fabricar a precios de miseria gran parte de la tecnología que después exporta la isla. Los chinos taiwaneses controlan, entre otros, el mítico Hotel Intercontinental -en cuya última planta vivió el millonario Howard Hughes y a cuyo costado estaba el búnker de Somoza-, y han obsequiado a los nicaragüenses con varios centros comerciales en la capital, una de las pocas alternativas de esparcimiento con la que cuenta la empobrecida población.
No es de extrañar, por tanto, que Ortega se reuniera con los mandamases asiáticos pocos días después de su victoria electoral, ni que estos días los periódicos se llenen de anuncios pagados por Taiwán para anunciar la presencia en el país centroamericano del presidente Chen Shui Bian y su mastodóntica delegación de más de 200 empresarios. Pero si hasta hoy el rumbo económico y diplomático estaba claro, ahora las dudas asaltan a muchos con el retorno de Ortega. Aunque no soltó un dólar, China es uno de los viejos amigos que aún le quedan al comandante de su etapa como presidente (1979-1990), pero, sobre todo, la única esperanza real de construir el ansiado canal que atraviese el país para competir con el de Panamá, pocos kilómetros al sur.
A lo largo del río San Juan y empalmando con el lago de Nicaragua (Cocibolca), la construcción de un canal interoceánico es para muchos la única alternativa para sacar al país de la miseria en la que vive -está entre los tres países más pobres del continente-.
El sueño del canal, llamado a triplicar el Producto Interior Bruto (PIB) del país, es el proyecto que trae bajo el brazo el nuevo presidente. Un proyecto que duraría 15 años, costaría 17.000 millones de dólares y generaría unos 400.000 puestos de trabajo durante su construcción y 25.000 más adelante.
«Si nosotros no hacemos el Canal, nos lo va a hacer el mundo», reconoció el nuevo ministro de Exteriores de Nicaragua, Samuel Santos. Sin embargo, desde hace tiempo Santos sólo tiene ojos para China como inversor y constructor del faraónico proyecto.
El dilema surge en como gestionará el nuevo Gobierno el desafío diplomático. Con una economía altamente dependiente de Taipei, pero con la esperanza de poner en marcha su sueño, Nicaragua ofende a China cada vez que reconoce como Estado soberano en la ONU a la pequeña isla. Tal y como viene pasando desde hace muchos siglos, el presente y el futuro de Nicaragua vuelve a escribirse a muchos kilómetros de distancia en ordenadores made in Taiwan.