CRISTINA PERI ROSSI
El ruido de las bombas en Madrid ha sofocado algunas noticias importantes: la aprobación de la Ley de ayuda a la dependencia, por ejemplo, e, internacionalmente, el éxito del movimiento de los sin techo en París, bautizados como los Hijos de Don Quijote. La resonancia mediática y la respuesta del Gobierno francés nos han sorprendido, aunque ambas cosas estén ligadas en año electoral. Pero ¿quién iba a creer que en la vieja Europa dos jóvenes hermanos, instalados bajo el puente de Austerlitz para vivir en carne propia el frío y la falta de techo podrían despertar la atención pública, iniciar un movimiento de solidaridad y obligar a Jacques Chirac a incorporar el tema de la falta de vivienda en la agenda política inmediata?
Lo más importante es comprobar cómo iniciativas que no parten de los partidos pueden obligar a los gobiernos a enfrentarse a problemas reales que afectan a minorías no decisivas para el triunfo electoral. A diferencia de los partidos políticos, los movimientos son asociaciones espontáneas que tienen objetivos concretos; de carácter interclasista (como el movimiento feminista o los ecologistas) no tienen aspiraciones de gobernar, sino obtener progresos en objetivos determinados.
El nombre que adoptaron en París los Hijos de Don Quijote era un homenaje a la utopía, al sueño de un presunto loco que dijo: «Yo sé quién soy y sé quién puedo ser».
El Gobierno francés se ha comprometido a cumplir algo que está en casi todas las constituciones del mundo: el derecho a la vivienda.La filosofía neoliberal triunfante en Occidente suele considerar que aquél que no ha triunfado económicamente o bien es tonto o bien es un vago. Tonto por no haber especulado, por carecer de la suficiente agresividad como para competir con los demás, o vago por haber dejado pasar las oportunidades de un sistema, el del mercado, que regula las relaciones humanas. Es un razonamiento falso y miserable, pero aligera las conciencias de los gobernantes y de los electores.
Los Hijos de Don Quijote han demostrado que la empatía es un recurso del que se puede esperar mucho más que de la sensibilidad de los políticos. Un sistema que deja en el desamparo a trabajadores, que permite la explotación de los inmigrantes, que hace la vista gorda ante la prostitución y el tráfico de mujeres es un sistema injusto que hay que modificar.
En Francia se están dando a menudo señales de insumisión. Los más postergados no parecen aceptar fácilmente su condición residual.Si Chirac ha reaccionado rápidamente a la protesta no es porque tenga más sentido de la justicia, sino porque teme una reacción en cadena como la del año pasado, con los barrios incendiados al borde del caos. Si no podemos solucionar el problema de la falta de techo de una parte de la población, de los precios desorbitados de la vivienda o de los alquileres astronómicos, ¿qué problemas van a solucionar los gobernantes? Creo que el de las banderas.Si se permite o no izar una bandera en el Ayuntamiento de tal o cual ciudad.
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