MIGUEL PRIETO
Hay una docena de fogatas, con un camión de leña para cada una de ellas como sustento. Las jaimas son hasta confortables, las alfombras nos defienden del contacto con la arena y los estómagos quedaron satisfechos. El desierto nunca será un lugar apacible ni el Dakar un paseo turístico. Persiste la aventura, el gigante desafío deportivo, pero dignificado, por fortuna. Vista desde el presente, la prueba de hace dos décadas, en la que nos embarcábamos por primera vez con cierta temeridad, nos resultaría salvaje.
Al llegar la noche, con las temperaturas en caída libre, todo el calor lo aportaba una única hoguera; ante las tormentas de arena, nuestra única protección era un escaso toldo blanco y los propios vehículos. Si no había ¡ni agua!
Gastábamos algunas de las horas destinadas al sueño buscando un pozo para llenar la cantimplora, como obligaba la organización. Antes de tomar la salida, el comisario introducía su dedo en el recipiente. Si no tocaba líquido, te impedía partir hasta solventado el déficit acuático. Por eso, muchos pilotos hacían pis en su cantimplora para garantizarse superar el control, aunque se condenasen a no poder beber durante la etapa. Así fue hasta el año 1999, la edición en la que por primera vez competí en la categoría de camiones. Desde entonces, tenemos botellas a nuestro alcance. Hay agua, incluso cerveza fresca con la que acompañar la cena, tan cambiada.
En los primeros años, nos alimentábamos con latas similares a las utilizadas por el ejército francés. La variedad, mínima: pollo con patatas, conejo con patatas... Tenían la bondad de calentarse en cuanto se abrían, pero al tercer día perdías el gusto. Las tomabas arrodillado en el suelo, acurrucando la lata, por miedo a que una ventisca aliñase el contenido. Ya no, ni latas ni arena como guarnición. Ahora se toman bajo cubierto; difiere el envoltorio y difiere el contenido. Los campamentos actuales son una pequeña ciudad rodante, que alimenta a más de 2.500 personas, y la comida no desmerece la de un restaurante. Tenemos tres buffets a nuestro alcance, donde se puede tomar pasta, pollo caliente, arroz, quesos, pasteles... ¿Un lujo? Visto con las referencias del pasado, sin duda, considerado desde el presente, una cuestión de humanidad.
|