George W. Bush decidió desoír a los generales, a la opinión pública y a la mayoría demócrata y anunció el envío de 21.500 soldados que reforzarán en las próximas semanas a los 132.000 ya desplegados en Irak. En su discurso televisado de ayer, tras casi cuatro años de guerra, el presidente justificó el aumento de la presencia militar «para anticipar el día en que las tropas puedan volver a casa».
Bush sí se apoyó en una pequeña camarilla -entre otros, el senador John McCain y el ideólogo conservador Frederick Kagan- para su nueva estrategia, que ignora las recomendaciones del Grupo de Estudio de Irak de James Baker y ha puesto en pie de guerra a los demócratas.
«Está claro que tenemos que cambiar de estrategia. La situación en Irak es inaceptable para los americanos y para mí», admitió Bush, quien asumió para sí toda la culpa: «Si ha habido errores, la responsabilidad es toda mía». Pero, en lugar de un acto de contrición, su discurso trataba de justificar su decisión: «Retirarnos ahora haría caer al Gobierno iraquí», dijo Bush. «Nuestras fuerzas tendrían que quedarse incluso más tiempo». Los refuerzos buscan «romper el actual círculo de violencia» y «ayudarnos a triunfar en la lucha contra el terror».
Horas antes del discurso, la mayoría demócrata anunció que forzará una votación simbólica contra el aumento de tropas la próxima semana, para aislar políticamente a Bush. «Debe quedar claro que el presidente ha tomado esta decisión en solitario, y tal vez eso encienda la chispa que provoque el cambio», dijo ayer el senador demócrata Joseph Biden.
Las encuestas, mientras, revelaban que una minoría de norteamericanos (el 17% según la cadena ABC, el 36% según el USA Today) respalda la decisión de Bush de aumentar los efectivos militares en Irak, frente a un 59% partidario de un repliegue gradual o de una retirada inmediata.
Bush también se ha desmarcado de los generales de la Junta de Estado Mayor, que advierten que un aumento de las tropas puede provocar más ataques de Al Qaeda, el reclutamiento de nuevos yihadistas contra la ocupación y proporcionar nuevos blancos a la insurgencia suní.
Compromiso iraquí
Bush enmarcó el envío de cinco brigadas de refuerzo y dos unidades de combate para garantizar la seguridad en Bagdad y la provincia de Anbar, como preámbulo a una serie de requisitos escalonados para la reconciliación nacional comprometidos por el primer ministro Al Maliki.
«Sólo los iraquíes pueden poner fin a la violencia sectaria y garantizar la seguridad de su pueblo», dijo. «Y su Gobierno ha puesto en marcha un plan agresivo para conseguirlo [...] He dejado claro al primer ministro de Irak y a otros líderes de América que nuestro compromiso está sujeto a condiciones. Si el Gobierno iraquí no cumple sus promesas, perderá el apoyo del pueblo americano y de su propio pueblo. Es la hora de actuar, y el primer ministro lo entiende así».
Bush detalló sus errores en la vieja estrategia: «No había suficientes tropas americanas e iraquíes para garantizar la seguridad en los barrios ya limpiados de insurgentes y terroristas y había muchas restricciones» para actuar. Según el presidente, la nueva estrategia dará más capacidad de acción a los dos ejércitos. Bush recurrió a la vieja retórica de la guerra contra el terror y recalcó que en Irak se libra «la lucha ideológica decisiva de nuestro tiempo».
«La victoria no se parecerá a la que contemplaron nuestros padres y abuelos», advirtió. «No habrá ceremonia de rendición sobre la cubierta de un barco. La democracia en Irak no será perfecta. Pero tendremos un país que combate a los terroristas en vez de darles refugio y ayudaremos a traer un futuro de paz y seguridad a nuestros hijos y nietos».
La cuestión militar consumió gran parte de los 20 minutos del discurso del presidente, que también anunció una inyección de 1.000 millones de dólares para poner en marcha planes provinciales de reconstrucción -para los que nombrará un coordinador-, la aprobación de una Ley del Petróleo y un nuevo esfuerzo «para contrarrestar la influencia de Irán y Siria dentro de Irak».