Es tan atroz, desasosegante y hartante el espectáculo político y periodístico respecto al modo de enfocar el terrorismo y su final que, a riesgo de aparentar que me chupo el dedo cual tonto angélico, voy a dar vía libre a una hipótesis benévola y relativamente tranquilizadora.
La angustia que nos invade procede no sólo de comprobar cada día el vinoso guirigay de enfoques y diatribas, sino de la constante apelación a una unidad de actuación que, en realidad, torpedean los mismos que la reclaman y que, una vez situada como señuelo a seguir, provoca una frustración añadida, pues al no alcanzado logro del final del terrorismo se suma el desquicie de no obtener el objetivo que se le agrega como condición de aquél, la dicha unidad.
En muchos campos de la actividad humana y de la vida cotidiana no coinciden en absoluto los análisis sobre la etiología -las causas- de un mal, los diagnósticos de la situación que crea y las propuestas de las soluciones destinadas a erradicarlo.
En estos días habrá gente intentando dejar el tabaco e intentando alejar de sus vidas el fantasma del cáncer de pulmón. Con la mejor intención, unos recurrirán a los chicles, otros a los parches, otros a la acupuntura, otros a las grapas, otros a ir reduciendo el consumo, otros a unas pastillas, otros a unas inyecciones, otros a dejarlo de golpe, otros...
Todos quieren acabar con el tabaquismo -excepto la industria tabaquera y sus beneficiarios-, pero, Dios bendito, ante tal problema y tal objetivo común no sólo no parece necesaria una única solución, sino que el mercado y su precedente creatividad permiten una variedad de opciones que no ocasionan, que se sepa, que los partidarios de los chicles se lleven a matar con los partidarios de los parches. Oh, por favor, qué respiro.
No me agobien con el reproche de que mi comparación no es ni mucho menos perfecta. Lo sé de sobra, no hace falta que me lo digan. Sólo trato de recordar el gran alivio y el gran éxito que supone que haya campos de nuestra experiencia muy importantes, y distintos de la política y de sus epifenómenos periodísticos, en los que un problema se puede ir solucionando o solucionar del todo sin apelar a la unidad de nada, sino, más bien, desde acciones simultáneas alternativas y confluyentes.
Me gustaría pensar que la misma inocencia y buena voluntad que lleva a los fumadores que desean dejar de serlo a optar por un método u otro lleva a los ciudadanos a ostentar criterios distintos sobre el final del terrorismo. Incluso ya me gustaría que mi ingenua comparación pudiera iluminar una mente más privilegiada que la mía para sugerir algún plan.
Renuevo una triste conclusión: los intereses del dinero son más transparentes y, a menudo, inocuos que los intereses escondidos tras la política, el periodismo y las grandes ideas éticas y salvadoras, mezcladas, ay, tantas veces con el dinero. Empiezo a preferir las multinacionales de las galletas o de cualquier producto a las multinacionales -y no digamos las nacionales- de las ideas morales redentoras.