Jueves, 11 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6234.
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 OPINION
TRIBUNA LIBRE / III CONFERENCIA DE PRESIDENTES
No basta con hacerse la foto
PIO GARCIA-ESCUDERO

Sostiene la web del Ministerio de Administraciones Públicas que la Conferencia de Presidentes «es el órgano de cooperación entre Administraciones propuesto por el Gobierno, que responde a un compromiso del presidente en su programa de investidura, y a un mandato de la lógica democrática». Es ésta una definición que, al menos en parte, podríamos dar por correcta, aunque nunca por cierta, por la sencilla razón de que -cuando de dicha Conferencia ya se han celebrado dos reuniones y hoy tiene lugar la tercera- aún no se ha demostrado que en realidad funcione como un verdadero órgano de cooperación. Es decir, que para ser fiel a la verdad, el MAP habría de sustituir en su definición el asertivo es por el desiderativo debería ser.

Tal confusión, sin embargo, es plenamente acorde con ese estilo de wishful thinking tan característico del Gobierno de Zapatero, para quien lo real y lo ideal parecen ser dos conceptos tan discutidos y discutibles que pueden revolverse interesadamente hasta que no se sepa dónde acaba uno y dónde empieza el otro. Tal es la corriente intelectual que se diría instalada en el Gobierno de España desde su llegada a La Moncloa: una visión de la política y de la realidad que parece entroncar con el pensamiento mágico o propiciatorio, dominante en las primeras etapas de la Humanidad, según la cual la mera enunciación del nombre de las cosas sirve para obtenerlas o procurarlas.

Tal «optimismo antropológico» -al decir del propio Zapatero- es el que reposa, por ejemplo, tras la acuñación o importación de conceptos tan célebres hoy en día como los de «Alianza de Civilizaciones», «proceso de paz» o «recuperación de la memoria histórica». Expresiones vacuas en algunos casos, en otros, absolutos sinsentidos e incluso perfectas falacias; todas, sin embargo, comparten el común denominador de ser eufónicas, de sonar bien, de expresar un deseo al que nadie puede oponer reparo alguno so pena de ser tildado como pesimista o reaccionario. ¿Cómo ponerle pegas a una alianza, a la paz o al conocimiento?

Lo de menos es que no se explique cómo van a alcanzarse esos objetivos. Apenas cuenta que, en la práctica, los pasos que da el Gobierno, lejos de aproximarnos, nos alejen de los fines prometidos. Lo único que, al parecer, debe importar es que el presidente del Gobierno, taumatúrgicamente, ha invocado un concepto y que, por tanto, basta con que todos confiemos en su proverbial carisma para sentarnos y esperar que sus deseos se hagan realidad.

Y, por lo que se ve, este mismo adanismo voluntarista también vale para instituciones como la así llamada Conferencia de Presidentes. Porque, ¿hay alguien que pueda estar en desacuerdo con la idea de que nuestros presidentes autonómicos se sienten a conferenciar? Sin embargo, una vez más, no es oro todo lo que reluce.

Vaya por delante que desde el Partido Popular estimamos que si algo necesita hoy nuestro sistema autonómico es precisamente que se implementen fórmulas estables y eficaces para mejorar la leal cooperación entre administraciones. Desde este punto de vista, la idea de un órgano de cooperación con la participación de los máximos responsables de los Ejecutivos nacional y autonómicos, no sólo nos parece pertinente, sino imprescindible, habida cuenta del grado de desarrollo y madurez alcanzado por nuestro modelo de descentralización territorial.

Prueba de ello es que el Partido Popular, en su programa electoral de 2004, se comprometió a la creación de una «Conferencia General de Cooperación Autonómica para el análisis del estado de cooperación de las diferentes Conferencias Sectoriales». Que nadie dude que tal Conferencia se hubiera puesto en marcha si el PP hubiera ganado las elecciones, y que hubiera funcionado de manera eficaz y con sentido. Es decir, justo lo contrario de lo que está siendo, hasta la fecha, la Conferencia de Presidentes proclamada -que no organizada- por Zapatero, en una muestra más de su pasión por los golpes de efecto.

Precisamente fueron estas ansiedades fotográficas suyas las que le empujaron a convocar apresuradamente la primera Conferencia de Presidentes en octubre de 2004, sin trabajo preparatorio previo, sin apenas orden del día y sin más conclusiones que una vistosa foto de familia en las estancias del Senado. Casi un año después, en septiembre de 2005, la segunda Conferencia estuvo presidida por una similar improvisación: en este caso, la agenda de la reunión se centró monográficamente en el asunto de la financiación sanitaria y -el mundo al revés-, como el trabajo no estaba hecho, se pergeñaron unas conclusiones que sirvieron de base para el verdadero acuerdo que finalmente se alcanzó, pocas fechas después, en el Consejo de Política Fiscal y Financiera. Para tal viaje no hacían falta alforjas.

Ahora, 15 meses después, llega la tercera reunión de la Conferencia de Presidentes y, como en todo este tiempo, el Gobierno ha seguido sin hacer sus deberes, mucho nos tememos que asistiremos a una nueva ocasión perdida. ¿Y qué debía haber hecho el Gobierno? En primer lugar, ponerse de acuerdo con las Comunidades Autónomas para establecer algo tan elemental como un reglamento de organización y funcionamiento de la Conferencia, algo que, increíblemente, aún no existe. En segundo lugar, realizar un trabajo previo también con las Comunidades Autónomas para pactar el contenido de la agenda y llevar preparados sectorialmente a la Conferencia de Presidentes aquellos asuntos sobre los que se quiere tratar. ¿Alguien se imagina lo que ocurriría si los Consejos Europeos se improvisaran con pocos días de antelación, se convocaran por fax y con un orden del día fijado al albur de las conveniencias y antojos exclusivos de la Presidencia? Pues ése es, precisamente, el modo en que el Gobierno de Zapatero afronta esta reunión. Y no será porque desde el Partido Popular no le hayamos reclamado en numerosas ocasiones que hay que hacer las cosas bien. Yo mismo, con ocasión del primer -y, hasta la fecha, único- Debate sobre el Estado de las Autonomías, llamé la atención de Zapatero sobre la necesidad de regular y poner orden y concierto en esta caótica Conferencia. El presidente del Gobierno dijo entonces que le parecía muy bien, pero después no ha hecho nada. Les suena, ¿no?

Así pues, Zapatero parece que sigue sin tomarse en serio esta Conferencia de Presidentes, que vuelve a reunirse hoy en el Senado, pero no -y esto es algo que también le reclamé hace más de un año- con el Senado. En nuestra propuesta electoral de una Conferencia General de Cooperación Autonómica también considerábamos -y seguimos haciéndolo- que su sede debería estar en la Cámara Alta y que debería ser ésta la encargada de actuar como secretariado permanente de la misma. No nos conformamos con una mera función hostelera, ni con las apariencias simbólicas. Creemos que las instituciones están para algo más que para servir como decorados y nos parece un cruel sarcasmo que Zapatero invoque este papel del Senado como mera sede pasiva, una prueba más de su promesa, también incumplida, de «revitalización del Parlamento», otro de sus lemas sin sustancia.

¿Para cuándo una Conferencia de Presidentes digna de tal nombre? Zapatero -nada por aquí, nada por allá- la invoca, pero, como en tantos otros asuntos, sigue sin aparecer por ninguna parte. Será porque también existe el fracaso escolar entre los aprendices de brujo.

Pío García-Escudero es el portavoz del Grupo Popular en el Senado.

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