RAUL DEL POZO
Incluso los espartanos, cuyas madres, cuando se iban sus hijos a enfrentarse con el enemigo, se despedían de ellos diciéndoles que volvieran con el escudo o sobre el escudo -pero nunca sin él-, tenían dos maneras de celebrar la victoria; si se ganaba por la persuasión se sacrificaba un buey y si se derrotaba por la sangre y el fuego, se honraba el triunfo con un gallo. Los dos partidos mayoritarios quieren aplastar a ETA; pero mientras Zapatero quería el buey, Mariano Rajoy prefería el gallo.
El PP ha denunciado, en los meses de tregua, la política del Gobierno como un ultraje a la Constitución, una burla al Estado de Derecho, a la dignidad de los demócratas, una traición a los muertos. Ahora propone la lucha final, la sangre y el fuego, sin piedad. «A por ellos», dice Mariano Rajoy. José Luis Rodríguez Zapatero, que ni siquiera quiere que se maten los toros en la plaza y prefiere la lidia lusitana, ha entrado en la extraña alucinación de creer, como los altruistas y los hindúes, que el sueño es la vida mental completa y la paz no es el fin, sino el camino.
No era el suyo un pacifismo de renuncia ni una cesión ignominiosa, porque cuando los batasunos y los socialistas vascos le presentaron las referencias -la de Quebec y la de Irlanda-, dijo no. Confiaba en sus virtudes de taumaturgo, como San Gregorio, que tenía que hacer un templo en un cerro y se dijo: «Vamos a ver si es verdad eso que dijo Cristo: si rezas con fe, se moverá la montaña»; la montaña desapareció, pero surgió un terremoto. Zapatero creía que los iba a persuadir con la retórica, la obrera de la persuasión, y en política no se perdona ni el diletantismo ni la vuelta atrás; las pajas mentales de Patxi López y los batasunos acabaron en Barajas con un terremoto.
De Gaulle, la nariz de la grandeza, gritó desde los balcones, como si fuera un indio hurón: «Vive le Québec libre!». Después fracasaron los sucesivos referendos por la independencia; antes, los separatistas perpetraron secuestros y asesinatos; hubo que enviar tropas y suspender las garantías civiles; hace unos meses, la Cámara de los Comunes tuvo que aprobar una resolución que reconoce a los ciudadanos de Quebec como una nación dentro de Canadá.
Los Acuerdos de Viernes Santo disolvieron decenas de años de lucha armada. E Inglaterra, que es una democracia por lo menos como ésta, con una Constitución no escrita, se sentó con unos terroristas que habían volado pubs y miembros de la Familia Real, y habían atacado al parlamento de Westminster. En la isla hubo consenso entre los dos grandes partidos; los negociadores tuvieron que aceptar la excarcelación antes del desarme. Los irlandeses reformaron dos artículos de la Constitución.
Zapatero no ha podido sacrificar el buey, seguramente por haber hecho lo contrario de lo que le acusan. No quiso una paz con ultrajes. Y estalló el terremoto.
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