José Luis Giménez-Frontín
Hay metáforas siniestras y no estoy seguro de que la que voy a emplear no lo sea. El caso es que, como todo ciudadano, no hago más que leer y escuchar declaraciones de notables escritores ante el atentado de ETA. Aunque creo que en una democracia madura -y la española ya lo es, o casi- la opinión de sus intelectuales carece de excesiva importancia electoral, sus palabras no dejan de ser significativas. No es ningún secreto que este alud de intervenciones encierra, dentro de una tónica general de indignación y desánimo, importantísimos matices con valoraciones políticas «colaterales» para todos los gustos. Desde la observación de quienes manifiestan que el estado de derecho no había podido ser más generoso, hasta la de que quienes insisten en la defensa de concesiones por fuerza políticas al movimiento terrorista; desde quienes le reconocen, casi siempre a disgusto, un importante grado de razón al PP, hasta quienes suponen que el objetivo etarra ha sido el de situarlo en el poder, porque paradójicamente es la única formación que puede imponer al país concesiones «políticas».Señalo la coincidencia en una falta de sorpresa ante el atentado y, a mi juicio contradictoriamente, la ausencia, casi general entre los intelectuales «de izquierda», de un juicio negativo de la gestión gubernamental de las negociaciones.
Por mi parte, creo honesto hacer un par de observaciones. La primera es la de que, en una democracia mínimamente madura, los errores de gestión política deben pagarse. Celebré en su día que Aznar pagara con la pérdida del poder, por autista y por prepotente, los «errores de información» de sus asesores policiales sobre el atentado de Atocha; y no me escandalizan las escasas pero significativas alusiones al precio que merece pagar, por inocente y por autista, el presidente Zapatero por los «errores de información» de los suyos.
¿Inocencia o marrullería? Cuando se inicia la subasta en una mano de bridge, ante todo hay que saber comunicar el juego real; conduce al desastre transmitir una información radicalmente falsa al resto de jugadores, amigos y enemigos. No creo ser el único ciudadano en haber tenido la sensación de que en la subasta de esta mano, Zapatero estaba dando a entender a ETA (y a un crispadísimo PP) que estaba dispuesto y en condiciones de hacer concesiones de difícil encaje legal y democrático: ya no se trataba de pactar con generosidad un desarme, sino de negociar de tú a tú la paz con el entorno de ETA, que estaba encantado. El problema es que, cuando ETA detectó la posibilidad de un farol, reaccionó con la humanidad que la caracteriza. Y lo que también es significativo: la insistencia del presidente en comunicar al personal que ya había empezado a ganar la partida. El último alumno de un cursillo de resolución de conflictos habría consolidado sus alianzas antes de empezar a negociar sin faroles, con tenacidad y en absoluto silencio; no habría cometido tantos errores de bulto.
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