Montserrat Nebrera
Un imposible y desgraciado ser que, sin olor corporal alguno, persigue durante toda su vida aprisionar en una botella la esencia de la belleza es el protagonista absoluto de El perfume, la película que sobre la novela homónima de Patrick Süskind realizó Tom Tykwer en el año 2006. Ambas son, por el hecho de compartir la clave argumental, una alegoría de la búsqueda interminable del ser humano en torno a su propia condición, pero aunque el libro tiene mayor calidad y fue al tiempo literatura de masas, el alcance de la película entre el público que busca contemplar la morbosa historia del homicida personaje central es mucho mayor, más todavía si tenemos en cuenta que en hora y media nos queda relativamente claro que asesinar personas, historias o esperanzas es desde el punto de vista filosófico una misma cosa.
Grenouille sólo vive a través de su nariz, pero la película nos descubre que, aunque la mayoría no sea consciente de ello, también el resto de los humanos somos esclavos de las sensaciones que se provocan a través de ese quinto sentido, cuyo cultivo es tan poco fomentado, pero que ha construido en torno a sí, y no por casualidad, una industria que se remonta a la noche de los tiempos.Del mismo modo en que existe un grupo sanguíneo que permite a quien lo posee donar sangre a cualquier persona que la necesite, cabría hablar, en terminología científica, de una feromona universal.La búsqueda de la fórmula de ese doblegador de espíritus que es el amor, o la belleza, o el atractivo sexual, o como cada poeta guste denominarlo, será el objetivo único de la existencia de un ser que nació para ser comido por las ratas y acabó, en cambio, devorado por los besos de una multitud, enamorada del perfume que consiguió destilar con los cadáveres de las mujeres cuyo aroma lo fascinaron.
Se perfuman las personas para conquistar a otras, disfrazando de artificio un rito de aproximación sexual, explícita o no, imprescindible para la supervivencia. Pero cada persona es portadora de un perfume propio que, a fuerza de camuflajes, parece no existir.Camuflamos lo que pensamos y, por tanto, lo que nos diferencia de los animales; en qué consistimos, y también cómo olemos, que es otra de nuestras formas de decir quiénes somos. Pero existen los que, como Grenouille, atienden a la esencia personal, disfrutando del juego del disfraz por ser capaces de desnudarlo en el momento justo. Esos olfateadores rinden culto a la más primitiva consistencia humana, pero no niegan su alma, sino que la homenajean, cuando son capaces de hacer de ese sentido el final de un trayecto en el que todo lo anterior ha sido ejercicio humano, metalenguaje en ebullición.
Como metalenguaje es la película. La humana e infatigable historia de la búsqueda de los significados. ¿Por qué unos conquistan sin el menor asomo de fuerza a cuantos los rodean? El aprendiz de brujo fue capaz de destilar, de entre los muertos, un licor suficientemente potente como para ejercer el magnetismo más gigantesco.Pero con aún mayor facilidad comprendió que eso no podía hacerle feliz, aunque le permitiese poner a sus pies los mayores tesoros de la tierra. Para alcanzarlos tuvo que destilar todo lo que amaba. Consumir al amado no es amor. Y sólo de quien no ama podemos afirmar que está muerto.
|