Viernes, 12 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6235.
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Bieito 'corrompe' el Real
El director artístico catalán estrena una controvertida versión de 'Wozzeck', la ópera de Alban Berg, una apocalíptica visión del hombre y su obsesiva destrucción del medioambiente, con Josep Pons en la dirección musical
BEATRIZ PULIDO

Si las entrañas del ser humano, que le nutren y le sirven de regenerador moral, estuvieran contaminadas, qué le quedaría al hombre sino la desesperación. Un gran manto de desasosiego se cierne esta tarde sobre el Teatro Real. La culpa la tiene Wozzeck, la ópera compuesta por Alban Berg (1885-1935) que se estrena esta noche, y el montaje diseñado por el polémico, muy a pesar suyo, Calixto Bieito.

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Si el propio Berg compuso una obra apocalíptica, tanto en el fondo (basada en una obra de teatro escrita por Georg Büchner) como en la forma, Bieito ha terminado de rematar la faena proyectando todavía más su imaginación hacia el futuro y encontrando allí visiones nada halagüeñas para el género humano y para el planeta tierra.

En esta coproducción del coliseo madrileño con el Liceo de Barcelona, Bieito se ha inspirado en imágenes reveladoras e impactantes, como las del chapapote o Chernóbil. Ha convertido el escenario en un gigantesco estómago con forma de fábrica donde los gases y el metal aprisionan y asfixian a los personajes, y el público se siente incómodo, ahogado. «Me imaginé una sociedad post-petróleo y post-gases, una sociedad víctima de la contaminación total», afirmaba el artista catalán, quien admitía que la única licencia que se ha tomado era la de cambiar a los soldados de la obra original por obreros, con una estética que le sugirió la película Metrópolis, de Fritz Lang. «Todo está en la música, esta ópera ya se pregunta ¿qué es el hombre?».

Basada en una partitura que el director artístico del Real, Antonio Moral, calificó como «una de las cinco grandes óperas de la historia, y especialmente del siglo XX» (y, se podría añadir, obra maestra del Expresionismo), Wozzeck narra la historia de un hombre pobre que no puede soportar las injusticias y la degradación de la sociedad en la que vive y acaba asesinando a su infiel mujer y suicidándose.

Este extraordinario lamento fue tejido por la mano de Berg, empleando en la partitura todo tipo de elementos de expresión que le sirvieran para mostrar las miserias existenciales y la decadencia de la sociedad: una partitura que a Bieito le provocaba sentimientos muy íntimos, como desasosiego y angustia existencial: «La música me deja convulso cuando la oigo».

No es de extrañar. Dentro de un marco formal sinfónico, Berg entremezcla la atonalidad con la tonalidad, los elementos dodecafónicos, el caos que asoma en diversos tramos orquestales, incluso un piano desafinado que suena en algún momento dentro de la propia representación. Todo ello termina de configurar un paisaje musical angustioso. «Sirve a la escena. La música entra por los poros», admitía el director musical Joseph Pons.

El maestro comentaba que ésta era una de las óperas más completas y difíciles de interpretar, tanto para la orquesta como para los cantantes: «Dibuja el ambiente expresionista de los años 20 y ofrece también un tufillo vienés».

El trabajado reparto lo conforman intérpretes de la talla de Jochen Schmeckenbecher (Wozzeck), Johann Tilli (doctor), Jom Villars, Gerhard Siegel (capitán) y Angela Denoke y Susan Anthony, ambas en el papel de Marie.

«El hombre es un abismo y me da vértigo mirar dentro». Esa afirmación que se vierte dentro de la ópera, como un desgarro existencial, le sirve a Bieito para conseguir que el público se haga preguntas: «¿Somos sólo esto? Eso me obsesionaba desde el principio. El cambio climático, la polución, la contaminación, todo eso está recogido en la escena».

Cuando se sube el telón, el destino de los personajes ya ha sido trazado. Desde sus butacas, el público sólo tiene que aguantar la respiración y esperar su destino trágico. Como la propia partitura de Berg, donde la última nota presagia un final abierto, que hace dudar al público si iniciar o no el aplauso, Bieito deja el destino del hombre en manos de los espectadores: Unos 50 individuos se asoman completamente desnudos con una luz blanquecina filtrándose a su espalda. Se acercan lentamente al público y se quedan mirándolo de frente, construyendo una metáfora provocadora pero efectiva.

Wozzeck.

Hasta el próximo 28 de enero, en el Teatro Real (Plaza de Isabel, s/n).

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