Viernes, 12 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6235.
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Los terroristas intentan modificar nuestro comportamiento provocando miedo, incertidumbre y división en la sociedad (Patrick J. Kennedy)
 OPINION
AL ABORDAJE
El lapsus
DAVID GISTAU

Ya se nos hizo saber que 'Zetapé' no comete errores, a diferencia de ese «resto de los mortales» por encima del cual le colocó Jordi Sevilla, rendido como una de esas groupies que arrojan bragas al escenario. Como mucho, los costaleros que lo sostienen están dispuestos a admitir que al presidente de vez en cuando se le escapa algún lapsus. Como éste tan reciente de calificar el atentado de la T-4 como un «trágico accidente», como una especie de broma del azar debida si acaso a una repentina fatiga de los materiales en el parking de Barajas. Los lapsus, que a George Bush le convirtieron en el tarado oval y en el tonto oficial zarandeado por la progresía, no deberían en este caso impedirnos creer que Zetapé es un hombre capaz de hacer dos cosas al mismo tiempo.

Como pensar y comer chicle. O como hablar para las víctimas y los verdugos al mismo tiempo, queriendo contentar a ambas partes. Zetapé tiene tan interiorizado el discurso que conviene a los terroristas, el que impuso para completar una inversión de valores que los rehabilitara, que aún no ha logrado reprogramarse el disco duro y los eufemismos le brotan en cuanto baja la guardia como si fueran reminiscencias. Le ocurre lo mismo que al perro de Pavlov.

Adquirido el reflejo, es oír ¡Boum! y dice: «¡Accidente!». Es oír «De Juana Chaos» y dice: «Hombre de paz». Tengámosle paciencia, pues ya sabemos, también por Jordi Sevilla, que para enterarse de las cosas necesita al menos dos tardes.

Para Freud, el lapsus es un deseo que esquiva la censura ejercida por la conciencia y se manifiesta como si se hubiera fugado. En el fondo, Zetapé sabe que lo de la T-4 fue un atentado. Tuvo muchos días de encierro en Doñana para hacerse a la idea. Pero el lapsus le traiciona, y resulta que permanece aferrado al deseo de que hubiera sido un accidente, e incluso al de hacerlo pasar por accidente, para así ignorar todos los argumentos que rebaten un proceso que se resiste a cerrar.

De ahí la ambigüedad y el ausentismo que han guiado sus pasos en los días posteriores al atentado, justo cuando la nación más necesitaba un liderazgo explícito y solvente, a salvo de lapsus, que arremolinara la reacción colectiva alrededor de todos los espíritus a los que fuimos renunciando durante el trapicheo con ETA. Y de ahí, también, que las manifestaciones de protesta previstas para este fin de semana, aquéllas que debieran haber sido una renovación de las manos pintadas de blanco, hayan terminado convirtiéndose en una manipulación del tejido social urdida por un Gobierno más necesitado de una coartada que de una fortaleza cimentada en la unidad.

El lapsus es un aviso para navegantes: en Zetapé importa más lo que desea que lo que constata.

O verifica.

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