En los cumples aparece con su propio paquete de chucherías, siempre se queda sin probar la tarta y, ya sopladas las velas, mira de reojo, mordiéndose el labio de abajo, el ajeno y bullicioso deglutir del dulce y el litúrgico chupetear de las cucharas.
«Tú no puedes, cariño». «No, mi niña, esto no es para ti». «Venga, no me llores, sabes que de esto no tienes que comer».
Lo escucha Laura a cada rato y cada día, ocho años ya y con una estoicidad a prueba de donuts. En casa y en la escuela. En los cumpleaños y cuando sale con papá y mamá a tomar el aperitivo. «Laaaura, hija, deja esa taaapa».
El caso es que ser celiaca y no poder ingerir alimentos con gluten era una cosa bien terrenal y asumida. Hasta que ha llegado hacer la Comunión, se han cruzado los asuntos del espíritu y se ha conocido el menú que la Iglesia le prepara al alma. Palabra del señor párroco: no habrá forma sagrada de maíz (sin gluten) para ella, tal y como pedían sus padres y se hace en mil sitios (en la vecina Valdepeñas sin ir más lejos) con estos niños enfermos. Si en la última cena se repartió pan, para el cura de Santa Cruz no caben más que unas hostias bien dadas y como Dios manda: de trigo y sin sal.
La diatriba maíz o trigo no tendría trascendencia si no fuera porque Laura es intolerante a las proteínas del segundo cereal (le atrofiaría el intestino y podría llegar a ocasionarle un cáncer) y porque la doctrina de la Iglesia no acepta una forma sagrada que no esté elaborada con éste.
Dos años ha estado Laura haciendo la catequesis con unos 50 compañeros de clase del pueblo, yendo dos días a la semana a misa, comulgando con la religión católica en el colegio María Inmaculada, rezando cuando tocaba. Para que ahora le hagan a una lo mismo que en los cumples...
Así que las soluciones son dos. O Laura hace la Comunión el 6 de mayo en Santa Cruz de Mudela, no tomando la oblea y mojándose los labios con vino. O se tiene que ir a Valdepeñas, donde hay democracia de hostias y los curas andan más pendientes del fondo que de la forma.
«Creo de verdad que, si Jesucristo viviera hoy, se reiría de estas tonterías, y pensaría que lo importante es Laura y que sea feliz. Porque, con todo esto, la van a hacer sentirse diferente», nos cuenta Esther Roldán, madre de Laura. «Aquí, en el pueblo, porque ella volverá a ver que todas las niñas hacen una cosa que ella no puede hacer. Allí, en Valdepeñas, porque será la niña venida de fuera que no conocen el resto de críos».
Lo cierto es que el día aquel imaginado de la eucaristía, con el pueblo entero pendiente, en que la niña podría hacer y comer lo mismo que el resto, se vino abajo casi desde el principio. Llegó Esther a la iglesia con su suegra, María. Abordó al padre Justino y le expuso la peculiaridad de su hija. Le contó lo del maíz, que en otros sitios se daba, que era una cría y que no se lo pusieran más difícil. La respuesta fue un amén.
-Id mentalizándoos de que no le vamos a dar la comunión.
En Santa Cruz de Mudela, la última del párroco (don Justino para unos; el cura para otros) le ha hecho torcer el gesto al pueblo. «Es una injusticia, hija, pero si lo dice el cura...», le comentan a la madre las mujeres de misa diaria. «Pues hacemos una sentada el día de la comunión y ninguno de nuestros hijos comulga», se propone desde las filas menos devotas. «Me molesta mucho esta publicidad que me estáis dando», nos confiesa el sacerdote.
Laura ha hablado estos días. Se lo dijo a su madre. Después del sofocón que se llevó el día en que la dieron a elegir: «Hija, cariño, tú decides. Si no quieres, no la hagas». Santa Cruz o Valdepeñas. Vino a secas o maíz. Diferente o diferente.
-Mamá, quiero hacer lo que todos. No quiero ir a hacer la Comunión a otro pueblo con niños que no conozco. No quiero que se me vea.
«No creo que Laura vaya a misa cuando crezca, pero no porque no quiera. Si no porque le van a recordar que es diferente cada vez que quiera comulgar», dice su madre.
Sólo hay una religión pues, la de andar por casa. Ser buena gente, compartir la Nintendo de los Reyes, querer mucho a la hermana Irene y cumplir siempre con el primer mandamiento de la ley del celiaco: ya saben, no comerás alimentos con gluten.
LO DICHO Y HECHO
«Mamá, quiero hacer lo que todos los niños. No quiero ir a hacer la Comunión a otro pueblo con niños que no conozco»
1998: Nace en Valdepeñas (Ciudad Real) y vive en el pueblo vecino de Santa Cruz de Mudela. 1999. Sus padres detectan que es celiaca (intolerante al gluten). 2005: Comienza sus clases de catequesis con medio centenar de compañeros. 2006: Su madre, Esther, habla con el párroco del pueblo y el obispo para que comulgue con una hostia de maíz. Éstos se niegan.