JAVIER BLANQUEZ
Escenario: Apolo-La [2]. / Fecha: 11 de enero.
Calificación: ***
BARCELONA.- Lo primero que transmite la música de Helios -alter ego del joven compositor americano Keith Kenniff- es una querencia desmedida por los ambientes de las bandas sonoras y por todo aquello que implique tristeza. Uno de sus discos, firmado bajo el alias Goldmund, está inspirado en la guerra de secesión americana y, por tanto, en la música creada en tiempos de conflicto bélico: hay quien no se resiste al atractivo estético de la catástrofe.
El resto de su producción, por otra parte, busca la sensación de tenue sugerencia que se puede encontrar en las partituras del cine de autor, y a la vez se reconoce fascinado por compositores contemporáneos como Morton Feldman o Toru Takemitsu.
Sin duda, un bicho raro, pero también un creador singular que a sus 24 años ya ha adquirido un lenguaje capaz de desarrollarse en múltiples direcciones. Su hipnótico álbum Eingya es un más que sólido argumento a favor.
Sin embargo, el primer concierto ofrecido por Helios en Barcelona, en el marco de Electrònims -una noche mensual en la sala Apolo consagrada a la música electrónica frágil e intimista-, incluyó una de esas sorpresas inesperadas que alteraron el orden del guión establecido, una dirección abrupta que confundió al personal más que seducirlo. Donde anteriormente Helios había sonado a un cruce ideal entre Erik Satie, Angelo Badalamenti y Brian Eno, por no mencionar conexiones con Sigur Rós, Philip Glass o Boards of Canada -todos ellos pilares de la relación incestuosa entre música popular y música culta-, en la sala pequeña de Apolo giró inesperadamente hacia ese rock lento y ambiental que conocemos como slowcore.
En definitiva, Helios sonó más a grupos como Low o Red House Painters que a él mismo. Resultó chocante escucharle cantar -con esa voz arrastrada y doliente que gastan las bandas slowcore, que más parecen agonizar que otra cosa- cuando nunca en ninguno de sus temas ha utilizado la voz como recurso. Y en definitiva, era como si este Helios que ha llamado la atención en este año nos lo hubieran cambiado por otro.
Que Keith Kenniff sea capaz de saltar del folk al rock arrastrado y de ahí a las bandas sonoras o a la electrónica vaporosa dice mucho a su favor: tiene recursos y lenguajes de sobra, domina varios medios y no se encasilla; va por delante de lo que se espera de él. El problema es que, comparados los resultados de sus discos con lo que consigue en el directo, queda claro que en lo primero es un maestro y como aprendiz de depresivo acústico le queda trecho.
A veces no se puede abarcar todo por mucho empeño que se le ponga.
|