En algunas de las visitas nobiliarias a la guarida de Robusti, Tintoretto para el mundo, alguien pagó la suma acordada por Adoración de los Reyes y la obra emprendió viaje. Decoró la iglesia de San Justo y fue parte del botín recuperado en la desamortización, por lo que estuvo depositada primero en el Museo de la Trinidad, en Madrid, y más tarde en el Museo del Prado. Para entonces había perdido ya las huellas de su autoría. En ese trajín alguien decidió que era obra de Tiziano, o del taller de Tiziano. Y así quedó hasta ahora, bajo el lacre de una firma que no tiene.

El cuadro pasó en 1889, ya con su nueva identidad, al Gremio de Fabricantes de Sabadell, asociación empresarial fundada en 1559. Por entonces, esta asociación tenía entre sus ambiciones la puesta en marcha de un museo industrial y artístico. Con tal aventura entre manos pidió al Estado el préstamo de una serie de obras en 1886. La solicitud fue aceptada en 1887 a través de una Real Orden y varias piezas del antiguo Museo Nacional de Pintura llegaron definitivamente en 1889, con la presunta tela realizada en el taller de Tiziano en cabeza, junto a un Greco que llegó en el mismo lote, aunque éste volvió al Prado en 1902.

«Durante 115 años esta obra ha estado aquí. Primero con el convencimiento de que era un Tiziano y, después, como una obra del taller del gran maestro», comenta Elena Díaz, responsable del archivo del Gremio de Fabricantes de Sabadell. «Sucesivamente han ido viniendo conservadores del Prado, como Mercedes Orihuela, por ejemplo, a visitar el estado de conservación de la obra, pero nunca se había especulado sobre su autoría hasta 2004, cuando Miguel Falomir, responsable del departamento de Pintura Italiana de la pinacoteca, vino exclusivamente a ver la Adoración de los Reyes».

Por entonces, Falomir ya trabajaba en la gran exposición sobre Tintoretto que el Prado inaugurará el próximo 29 de enero. Será la primera gran antológica de este vigoroso artista en España y la más ambiciosa desde la que se realizó en Venecia hace siete décadas. Más de 60 obras, algunas prestadas por instituciones europeas y estadounidenses, estarán en Madrid: 49 pinturas, 13 dibujos y tres esculturas

«Falomir se interesó por esta tela y comentó que ofrecía una importante información que hasta ahora no se sabía. La obra necesitaba una restauración que ya teníamos prevista, así que ese mismo año se realizó el levantamiento definitivo del cuadro y éste regresó al Prado. Es ahora cuando hemos conocido su verdadera autoría», afirma Elena Díaz.

Sin embargo, la Adoración de los Reyes, autentificada por el experto Sergio Martinelli, no estará en la gran exposición de Tintoretto, aunque sí se exhibirá después en las salas de la pinacoteca. «La conclusión de los estudios es que, efectivamente, es una obra del creador veneciano, pero se trata de una pieza menor, no está entre lo mejor de su producción», aseguran fuentes del museo.

Es decir, no está a la altura de la intensidad que Falomir requiere para lo que será esta revisión en la que se reencontrarán pinturas imprescindibles (y concebidas para estar enfrentadas) como La última cena, que se conserva en la iglesia de San Marcuola de Venecia, y el Lavatorio, obra fundamental de la colección italiana del del Prado. Es la primera vez que ambas se reúnen después de 400 años, y volverán por unos meses a su estado original, una frente a otra, como un trasunto de la disposición para la que fueron concebidas.

Competencia desleal

La gran antológica recupera la fuerza narrativa y religiosa de los mejores trabajos de Tintoretto, uno de los artistas que más animadversión despertó entre la elite de la escuela veneciana surgida en el fervor del Renacimiento.

Los augures de su mala fama le acusaron de abrirse paso en la pintura desarrollando tácticas de competencia desleal, bajando los precios que de modo tácito pactaban sus coetáneos. Entre ellos Tiziano, su viejo y fugaz maestro. Incluso pintaba gratis si la circunstancia lo exigía en beneficio de réditos futuros.

A lo ancho de sus 75 años, Tintoretto desarrolló una producción inmensa, agotadora, trazada con pasión insomne. Entre sus obras monumentales destacan El juicio final y El éxodo, trabajos de 14 metros de longitud que encerraban no sólo el desafío de la composición, ni la maestría de su escorzo, sino también una respuesta desde la tumba (pues entre ellos fue enterrado en 1594) al gran Miguel Angel.

Su poética tenía la fuerza, la tensión e incluso una cierta violencia como seña de identidad. Algunos quisieron ver en él al Rubens veneciano. Ahora la Adoración de los Reyes vuelve a ser parte de su amplio repertorio, puesta en limpio, despejada de sospechas, después de tantos años.