Sábado, 13 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6236.
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París desempolva el álbum de Cortázar
La Casa de América y el Instituto Cervantes de la capital francesa exponen el archivo fotográfico y cinematográfico del autor de 'Rayuela', un fanático de la imagen
RUBÉN AMON. Corresponsal

PARIS.- Julio Cortázar había escrito en Las babas del diablo que la fotografía era una alternativa para combatir la nada. Ahora sabemos que recurrió a ella muchísimas veces: como terapia del nihilismo, como testimonio de sus viajes y como trasunto de un álbum personal que aparece deshojado sin pudor a los ojos de los espectadores parisinos.

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La iniciativa proviene del Centro Gallego de las Artes y la Imagen, depositario de un gigantesco archivo personal que la primera mujer de Cortázar, Aurora Bernárdez, donó desinteresadamente como agradecimiento a sus propias raíces y como recompensa póstuma de las conexiones entre el escritor y el exilio de los gallegos republicanos.

El padre de Rayuela pudo conocerlos en Buenos Aires. Especialmente a Lorenzo Varela, Luis Seoane y Francisco Porrúa, cuya relevancia en el ámbito editorial argentino permitió al joven Cortázar estrenarse como narrador y emplearse como traductor de sus debilidades literarias.

Las pruebas de aquel periodo bonaerense -sirva como ejemplo la fotografía que aparece junto al artículo- sorprenden a los devotos y a los curiosos entre las paredes de la Casa de América, aunque el exhaustivo recorrido biográfico de la muestra, incluidos ciertos fetiches, hubiera sido inconcebible sin la participación del Instituto Cervantes.

«Creemos que esta exposición es interesante porque permite acercarnos a Cortázar desde una perspectiva interior. Las fotos y las películas se nos presentan como el eco y la resonancia de quien fue verdaderamente su figura», explicaba José Jiménez en nombre de la institución cervantina.

La exposición había sido inaugurada originalmente en Santiago de Compostela, pero adquiere un valor taumatúrgico en Paris. Aquí reposan los restos de Cortázar desde hace casi 27 años. Aquí también transcurrió su madurez literaria y acontecieron sus proezas humanísticas entre líneas.

«El álbum personal del escritor comprende muchas fuentes y mucho autores», señala Rocío Santa Cruz en calidad de comisaria. «Hay fotografías del propio Cortázar, incluidos los autorretratos. Otras provienen de la familia o de fotógrafos que se ocuparon de seguir sus huellas, como Antonio Gálvez, Alicia D'Amico, José Gelabert y Sara Facio».

Sara Facio firma, precisamente, las imágenes que nos introducen en el viaje a la memoria en color sepia. Aparece Julio Cortázar vestido con una gabardina, tiene el cuello subido y fuma con impostura de galán hollywoodiense.

Parece una versión apócrifa de Humphrey Bogart, aunque es más fácil identificar la verdadera naturaleza del modelo cuando la cámara anónima le sorprende en el malecón de La Habana o cuando Lezama Lima le acompaña de paseo con actitudes patriarcales.

«Hemos llegado a sumar 4.000 fotografías, películas y documentos gráficos», matiza Rocío Santa Cruz. «Muchos de ellos estaban en mal estado, de manera que la tarea de documentación llevada a cabo se añade a un trabajo de restauración extraordinario que nos permite finalmente reconstruir la vida de Cortázar casi fotograma a fotograma». El contexto de la exposición arropa entre algodones la exhumación del álbum. No sólo porque aparecen colgadas las obras de los pintores que Cortázar admiraba particularmente -Saura, Alechinsky, Tomassello- o porque se ha predispuesto una cripta iconográfica de culto al jazz. También porque las vitrinas se abastecen de pruebas epistolares, primeras ediciones, imágenes corporativas (García Márquez, Carlos Fuentes, Vargas Llosa) y películas domésticas que el maestro hizo en Súper 8.

Le hubieran gustado a Luis Buñuel. Tanto como el montaje fotográfico de la Muñeca rota que Julio Cortázar concibió a título surrealista un día en que, seguramente, la nada le pareció demasiado inquietante.

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