LUIS ALEMANY
MADRID.-
Rem Koolhaas se baja de la cabalgata. El arquitecto holandés dice que el circuito de concursos internacionales, arquitectos estrella y políticos ambiciosos es un fraude y propone a sus colegas un año de plante. «Estamos permitiendo que se consuman interminables recursos y grandes cantidades de ideas sin resultados», ha escrito Koolhaas en la revista Building Design, según reprodujo ayer La Vanguardia.
Todo hay que decirlo: las notas de Koolhaas llegan tras perder un irregular concurso para la construcción de la nueva sede Gazprom en San Petersburgo (en el que se impuso el poco prestigioso estudio RMJM). Pero ya es tarde. La piedra está lanzada y mucha gente se pregunta si hay tongo en la arquitectura.
«Hay personas concretas que organizan concursos para las administraciones. Montan el jurado, las bases y aportan su cuadrilla de estudios que los siguen en cada concurso y a los que reparten los premios por turnos», denuncia Ricardo Aroca, decano del Colegio de Arquitectos de Madrid. «Eso es rigurosamente cierto», confirma Federico Soriano. «Los concursos trampa que enmascaran encargos a dedo existen», aporta Josep Bohigas. «Hay un circuito de arquitectura-espectáculo en el que Koolhaas participa y del que se ha beneficiado... cierto circuito en el que todos nos imaginamos qué ocurre», continúa Eduardo Arroyo.
Lo que ocurre, se cuenta después por lo bajo. «Cuando en Zaragoza dieron el fallo del pabellón puente de la Expo y salió el nombre de Zaha Hadid, ella dijo: 'Qué bien, estoy deseando conocer Zaragoza'». O sea, lo contrario de lo que se espera de un trabajo, el de arquitecto, que «está relacionado con lo local, con entender el lugar, disfrutar de las cosas y hacerlas con cariño».
Así lo define Emilio Tuñón, quien, con todo, absuelve al sistema de concursos: «Es la manera más democrática de repartir el trabajo. Da oportunidades a los estudios, permite obtener reconocimiento...».
Enrique Sobejano le da la razón. «Cuando empezamos, los concursos nos plantearon retos que nunca hubiésemos asumido si no». Y Josep Llinas asegura que «nunca» ha percibido «que hubiera fraude».
Pero también hay quien se pone duro: «Acabo de ser jurado en un concurso en París», cuenta Benedetta Tagliabue, «en el que estaba claro que el fin del promotor era sacar adelante un proyecto que no gustaba a la opinión pública, ¿vale la pena?».
¿Diagnósticos?: «Hace 15 años, los concursos venían avalados por los jurados. Hoy, se dan por buenos si dan resultados comerciales. Koolhaas es el primero que lo dice públicamente pero todos lo tenemos en mente», dice Federico Soriano. «El problema es de cantidad. Antes, un concurso era una fiesta de la arquitectura», asegura Jordi Ludevid.
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