LUIS FERNANDO LOPEZ
Antes de Navidad, Curtis Borchardt se presentó en el entrenamiento cual Papá Noel. Traía un regalo, el mismo para cada compañero, técnico o empleado del club: una manzana cocinada a su manera. «Un detalle ejemplar», señala el director general del Granada, Oriol Humet, culpable del fichaje del ahora mejor jugador de la ACB. Borchardt lidera la Liga en valoración (25,9 por partido), rebotes (10,94) y faltas recibidas (8,44); ocupa el tercer puesto en tapones (1,94) y el cuarto en puntos (16,4). Intenso e inteligente, tiene una buena muñeca, aunque no se prodiga. En definitiva, un peligro... mañana para el Barça, que debe vencer (12.30 horas) para asegurarse un lugar en la Copa.
El pívot estadounidense representa el principal obstáculo para el club que quiso contratarlo hace un año, en una puja que ganó el Granada en competencia también con el Pana-thinaikos. «Le había visto en Ligas de verano y siempre pensé que haría carrera en la NBA. Pero cuando lo descarta Boston, y como ninguna otra franquicia le reclamaba, hicimos una oferta. No nos tomaron muy en serio, e insistimos, durante un mes. Le ofrecimos ser un jugador importante y pedimos a algunos de sus conocidos, como Jacobsen [ex del Tau] o Fisher [ex madridista], que le llamasen», recuerda Humet aquella negociación, que suponía un alto riesgo.
Borchardt (Buffalo, Nueva York, 1980) carga con un físico erosionado. Fue un bebé mofletudo y un niño tirillas. De hecho, su delgadez le impidió intentarlo en la profesión de su padre, el fútbol americano. Curtis se refugió en el fútbol europeo, que practicó cuatro años, entrenado por su padre, antes de alistarse en el baloncesto, a los 10. «De mi primer día en una cancha, recuerdo que era el más alto», comenta en conversación telefónica con este diario.
Pívot de 2,10 metros y 110 kilos, arrastra achaques desde su brillante etapa formativa en la lujosa Universidad de Stanford. Su nombre apareció en la primera ronda del draft (18); jugó en Utah y Boston, pero los problemas físicos le frenaron. Las lesiones no son su temática favorita, y sobre ello despeja: «Estoy razonablemente bien, conozco pocos jugadores que no tengan problemas».
Los suyos nacen de un clavo en un tobillo y de molestias en una rodilla. La pasada temporada se pasaba semanas sin entrenar, aunque respondía a lo grande en los partidos. Esta temporada, incluso ha mejorado su rendimiento y entrena casi con normalidad (nunca dobla sesión). «Estoy contentísimo con el entrenador y con los médicos», afirma el chico, al que han colocado una plantilla especial en una zapatilla, solución que nunca se probó en Estados Unidos.
De allí vino roto. En la NBA, sobran jugadores y no se gastan los mimos que en Granada. Los ritmos de aquí se le ajustan mejor, sobre todo los de un equipo con sólo un encuentro por semana. Admirador de Duncan y de Scola, prefiere el modelo de juego al uso en Europa: «En América, toda la gente se fija en una figura, como Shaquille O'Neal, y para nosotros el objetivo es colectivo».
«Encantado» con la ciudad, su afición es dedicarle tiempo a su mujer, Susan King, ex de la WNBA, a la que conoció en un gimnasio durante la recuperación de una lesión y que ahora trabaja en la Fundación del Granada como entrenadora. Al equipo, que ha reunido en su casa para cenar alguna vez, tampoco le costó adaptarse. Ejerce de líder en la pista y en aspectos propios de la convivencia. Se siente cómodo y querido, por eso decidió quedarse hasta 2008. Le convencieron de que el club, quinto de la Liga por afición, le necesita para crecer. Como el Barcelona lo hizo con Norris, otro que era de cristal.