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«Los desaparecidos no están, no existen, no tienen entidad» (Jorge Rafael Videla) |
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AQUI / NO HAY PLAYA |
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Rebelión a bordo |
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Eugenia Rico
Una mujer embarazada grita, mientras dos hombres fornidos la arrastran por el suelo. Otra pide piedad, pero los hombres de oscuro se ensañan con su brazo que se agarra con desesperación a la barandilla, como si por debajo hubiera un mar oscuro, como si verdaderamente las tripas de Madrid se estuvieran revolviendo en esos momentos. A un joven se lo llevan a patadas y empellones. ¿Han atrapado por fin a los terroristas que han puesto la bomba en la T4? ¿Está en juego la civilización occidental? ¿Estamos en Irak? Puede que esté en juego la civilización occidental, cuando unos honrados padres de familia se enfrentan a los antidisturbios con sus manos desnudas sólo para no llegar tarde al trabajo. Algo va mal, cuando esas tripas de Madrid, esos intestinos que son el corazón de la ciudad, sin los que la ciudad no late, no respira, se remueven así.
Las verdaderas revoluciones sólo pueden ser subterráneas. Cuando el Metro se para, Madrid se para. A través de los túneles del Metro fluye la sangre oscura que alimenta los sueños y las pesadillas de toda una ciudad. Hay toda una vida en el subsuelo, en las galerías que horadan la prisa. La ciudad es como una esponja que absorbe el sudor, la risa, la sonrisa, el guiño, los ojos cerrados por el cansancio, y el Metro es el Gran Río de Madrid. El río de Madrid no es el Manzanares, sino el sinuoso recorrido del Metropolitano, un río de suspiros que a veces, como ayer, claman al cielo. Un día tras otro, los ciudadanos han aguantado las averías, como un rebaño han entrado y salido de los vagones, han aceptado las esperas, como aceptan todos los daños que la ciudad inflige: Con fe.
Pero ayer ese río que es el Metro se desbordó. Se rompió la fe. Los ciudadanos quizá pueden sufrir la carga injusta de los antidisturbios, pueden aguantar que se les trate como a sospechosos cada vez que cogen el Metro para ir a trabajar, pero no pueden ya asumir como suyo el silencio. El Metro grita y Madrid no puede taparse los oídos.
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