Sábado, 13 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6236.
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¿El mañana? Con el hoy vale
JAVIER ORTIZ

Una de las lecciones que he extraído de la experiencia -de algo tiene que valer hacerse viejo- es que la mayor parte de las predicciones que se difunden a gran escala no son de fiar.

Muchas no lo son por la muy elemental razón de que pronosticar, a nada que la materia concernida sea medianamente compleja, es un objetivo inalcanzable. Son demasiadas las variables que se entrelazan en el correr de los hechos y de los días. La rivalidad que se traen entre sí el azar y la necesidad es fascinante, pero insondable. Desde muy joven le he dado vueltas a la múltiples sugerencias del celebérrimo poema de Mallarmé: «Un coup de dés jamais n'abolira le hasard». Pero no sólo por su valor estético, sino también por su hondura espiritual: «Jamás una tirada de dados abolirá el azar». ¡Cierto! Ayer fue así, pero podría haber sido de otro modo, y mañana podrá de nuevo ser distinto.

Sin embargo, lo que convierte en más indignas de crédito la gran mayoría de las predicciones no es que tengan pocas o nulas posibilidades de acertar, sino que ni siquiera lo pretenden. En realidad, no tratan de contarnos cómo será el mañana. Eso les da igual. Lo que quieren es que respaldemos sus intereses de ahora mismo.

Llevo varios días asistiendo a un nada casual bombardeo de noticias y reportajes sobre el cambio climático, los problemas energéticos, el calentamiento del mundo, etcétera, etcétera. Exponen datos reales. Lo que no se basa en hechos reales es lo que casi todos nos sueltan a continuación: que es el momento de replantearnos nuestra oposición -se supone que inmadura, poco seria, nada científica- a la energía nuclear. Establecen una predicción para el futuro que está hecha a la medida de sus intereses. Como sigamos negándonos a la instalación de nuevas centrales atómicas -dicen-, más vale que vayamos despidiéndonos del turismo en el Mediterráneo, porque en Europa hará tal calor que la gente se irá a broncear a Oslo, y todo en ese plan.

El problema fundamental no es de dónde obtenemos toda la energía que consumimos, sino por qué consumimos tanta energía. De planteárnoslo, quizá nos demos cuenta de que la consumimos porque hemos adoptado un modelo de vida absurdo, que gasta energía a mansalva, sin ton ni son. Inducido por las empresas que venden esa energía, y que se forran vendiéndola.

Hace no mucho hice un largo viaje de avión por media España. A vista de pájaro, parecía un inmenso árbol de navidad. ¡Millones y millones de bombillas! A ras de suelo, en cambio, cualquiera podría tomarla por una enorme calefacción. Salvo en verano, que es como un frigorífico colectivo.

Antes de obcecarnos en seguir viviendo así, tal vez convendría que discutiéramos si es bueno vivir así. El asunto no es imaginar la catástrofe que puede esperarnos. Planteémonos, sin más, si es sensato lo que ya tenemos.

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