Domingo, 14 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6237.
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Mailer vuelve 10 años después con un retrato de Hitler
'El castillo en el bosque' es una novela fantástica de la juventud del 'führer'
JULIO VALDEON BLANCO. Especial para EL MUNDO

NUEVA YORK.- Vuelve Norman Mailer. Regresa a la novela, tras una década, la bomba de hidrógeno de la literatura anglosajona, un tipo que para escribir guiones (Érase una vez América, luego rechazado por Sergio Leone) pasó tres semanas en un hotel de Roma libando whisky y aporreando el teclado.

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The castle in the forest (El castillo en el bosque) saldrá a la venta el 23 de enero en Estados Unidos. Es su primera novela en una década. Desde la discretita El Evangelio según el hijo, una respuesta fallida a El Evangelio según Jesucristo de Saramago y La última tentación de Cristo de Nikos Kazantzákis, Mailer vivía encerrado en Provincetown.

El castillo tiene 1.300 páginas y narra la infancia y adolescencia de Adolf Hitler. Como siempre en Mailer, la facilidad peatonal y agraria de la novela histórica recibe un tratamiento de choque. Entre la realidad y el simbolismo, el niño/Hitler conoce al Diablo, y un lugarteniente de Satán, empeñado en reclutar al pequeño, ejerce como narrador. Brutal, despiadado, Hitler crece alentando sueños mesiánicos, mientras el diablo le toca el codo. Autor inconoclasta y ambicioso, Mailer ha firmado varias obras maestras. La primera, Los desnudos y los muertos (1949), fue un misil disparado con 25 años. Descubierta por el público hispanoparlante gracias a la apasionada lectura de Pablo Neruda, hipnotizó con la semblanza a quemarropa que el joven ex-combatiente, licenciado por Harvard, trazó de la guerra en el Pacífico. A esa novela le siguieron Costa Bárbara, El parque de los ciervos, Un fuego en la luna, Escritos contra mí mismo, Los ejércitos de la noche, La canción del verdugo, Noches de la Antigüedad o El fantasma de Harlot. Pura dinamita. Crónica periodística o novelesca del siglo, condensada en páginas donde el narrador habla de las obsesiones del sexo, la violencia y el odio, mientras una procesión de muertos famosos, actores priápicos, hermosos asesinos y escritores locos bailan junto a las fogatas de un país elevado a metáfora del universo.

A diferencia de su libro sobre Marilyn Monroe, el que fuera uno de los creadores del Nuevo Periodismo, fundador del legendario Village Voice, que llegó a cobrar un millón de dólares de la revista Playboy por su reportaje de la llegada del hombre a la Luna, ofrece la biografía de Hitler mostrando sus cartas. No pretende incoar los volúmenes manufacturados por los profesionales de la Historia.

Más que crónica al uso, pudridero de datos o anotación erudita, Mailer viaja hasta el corazón de las tinieblas. Trata de comprender la gestación de un monstruo con argumentos sacros y profanos. Intuye la dimensión satánica del alma acarreando raíles que conducen al lado oscuro. Hay fantasía y emoción dura, ambición sin límites y gregoriano salvaje en las páginas de su novela. El retrato de Hitler, quizá porque el novelista puede y debe adentrarse en pantanos vedados para el periodista, no pretende ser cierto.

Funciona más como símbolo, emblema del mal, estandarte carbonizado del horror. En ningún momento se nos dice que esto sea nonfiction novel, género patentado por Truman Capote en su polémica, amoral y brillante A sangre fría, que tantas estafas investidas de pompa ha engendrado, y en el que el propio Mailer ha incurrido a veces con desigual fortuna.

El castillo... más bien debe intepretarse como un truco de magia atroz y una operación a corazón abierto erigida sobre las vísceras de la razón. Su indagación en el comportamiento fatuo del político en ciernes, la fascinación del poder y el susurro de las brujas, que besan en el cuello al poderoso para que olvide su condición mortal, vale para Hitler y para tantos otros. Como no podía ser menos en una novela maileriana, el sexo, malsano, con olor a carne húmeda y mesa de quirófano, aparece como revés del personaje, ensuciando sus uñas con jirones de sangre y saliva.

Antaño prototipo del macho odiado por las feministas, hoy Mailer es un anciano con problemas motrices y de sordera. Bebedor empedernido, patriarca de una saga de ex esposas e hijos, sus andanzas conmocionaron a Estados Unidos durante décadas. Norman Mailer aspiraba a ser un cruce de Melville, Hemingway y Henry Miller.

En sus escritos recogía la basura del país para airearla en el tendedero, añadía viajes hacia sí mismo y lo aventaba todo con una prosa bruñida, rica en matices, perfumada de pólvora, egocentrismo, lucidez y humor negro.

En América, el reciente volumen que abarcaba parte de su producción periodística, desde la magistral crónica del combate entre Mohamed Ali y George Foreman, hasta el apasionante El sitio de Chicago, abundan los textos de un radical norteamericano incapaz de plegarse ante nadie: «Cuando uno se obligaba a contemplar los frentes de la izquierda, uno por uno, advertía que en el país no quedaba izquierda real. Los sindicatos eran burocráticos, cuando no corruptos; (...) pequeños grupos de poder se disputaban los restos de la liberación gay (...); la liberación de la mujer, que no contribuía a ninguna otra causa que a la suya propia, se había vuelto tediosa. Black Power, que se proponía dar a los negros un sentimiento de identidad más poderoso, sólo había conseguido, debido a la ausencia de progreso social real, profundizar aún más la separación entre negros y blancos». Idéntica ferocidad emana de El castillo en el bosque.

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