A las cinco en el McDonald's de Atocha. Hoy no hay partido, pero los jugadores -y algunas seguidoras- del club de fútbol Gran América han quedado, como casi todos los sábados. Su volante izquierdo, Diego Estacio, el número 12, murió asesinado por ETA en la T-4 de Barajas. Madrid, y miles de compatriotas ecuatorianos, se disponen a echarse a la calle para homenajear a Diego y a Carlos Palate, la otra víctima del atentado del 30 de diciembre.
Acuden Diego Patricio, Carlos Eduardo, Julián, Santiago... El que más, lleva en España cinco años. Ninguno de ellos entiende el encrespado debate político que se ha suscitado en torno a la manifestación, ni quiere tomar partido. «Estamos aquí por Diego, nada más. Que sepa que sus amigos estamos aquí. Nos da igual la política», insisten.
El grupo espera durante media hora al mejor amigo de Diego, Rony. Éste, finalmente, decide no acudir. Está todavía demasiado afectado. Compungido, llama para disculparse: «Éramos como hermanos».
La comitiva del Gran América emprende el camino, paseo del Prado arriba, al encuentro de la riada humana. Carlos Eduardo recuerda el último partido de Diego Estacio con el equipo, contra el Estrella Latina: «Lo que son las cosas. Se marcó un partidazo. Ibamos perdiendo 2-1, él salió en el segundo tiempo... ¡y remontamos!». Su juego, comenta, se asemejaba al de Franklin Salas, el extremo de la selección de Ecuador, de regate eléctrico. Así era también el carácter de Diego, divertido, hiperactivo, «siempre con una palabra buena», agrega.
Durante el recorrido, se cruzan numerosos manifestantes con pancartas alusivas a la paz. Otros lucen pegatinas con lemas partidistas, como En mi nombre sí. La hinchada, a lo suyo, despliega una gran bandera de Ecuador con la leyenda, en mayúsculas, Gran América.
Uno de los más allegados a Diego, su tocayo Diego Patricio, evoca algunas noches compartidas en los locales de música salsa de la zona del Puente de Vallecas. Le encantaba el reggaeton, y era un gran bailarín, dice. También rememora las cañas de antes y después de cada partido, y cómo Verónica, su novia -«siempre estaban juntos, se querían igual que si estuviesen casados»-, controlaba todos sus movimientos.
El grupo se topa con los cientos de miles de personas a la altura de la Plaza de Cibeles. Carlos Eduardo se alegra de que haya tanta gente, lo que, a su juicio, «demuestra que todos estamos contra la violencia». En principio, no quieren avanzar hasta la cabecera, ya que, según dicen, han recibido la invitación de los convocantes para ponerse al frente de la marcha, por un lado, y de otros grupos de ecuatorianos para que ni siquiera asistiesen, por otro. «Hay mucha gente al frente que no siente nada por las víctimas. Sólo quieren presumir de que están. Por eso nos quedamos aquí. Diego sabe que hemos venido», reiteran.
«No entendemos esta división. Si todos queremos lo mismo, únete y vencerás. Lo mejor, no para la comunidad ecuatoriana, sino para España, es que se acabe el terrorismo de una vez», afirma Carlos Eduardo. Diego Patricio se muestra desconcertado ante la profusión de lemas políticos que corean los presentes: «Para que entendamos esto, primero tendrían que explicarnos lo que es ETA. Lo que nos importa a nosotros es que nos falta Diego».
Lentamente, acompañados por varios afectados por el atentado del 11-M, y por algunos aplausos, deciden progresar en dirección a la Puerta de Alcalá. Y alzan, por primera vez, algunos gritos: «¡Diego y Carlos, no olvidamos!». La respuesta del gentío es descorazonadora. Apenas encuentran eco. La multitud prefiere clamar «Zapatero no estás solo». A otro intento, de nuevo caso omiso del grueso de los manifestantes, que profieren un sonado «¿Dónde está el alcalde?». Desalentados, pero con la cabeza bien alta, optan por seguir homenajeando a Diego en silencio, con su bandera y con su presencia.
Hoy, a la una, el Gran América se enfrenta, en Santa Eugenia, al Cosmos. Jugará por segunda vez sin su volante izquierdo. La primera fue el día del atentado, cuando Diego no respondió a ninguna de sus llamadas. Ya estaba bajo los escombros de la T-4. Sus compañeros jugarán a partir de ahora con una camiseta idéntica a la del Milán, el equipo favorito de Diego, adornada con un dibujo de un Bombero -el apodo con el que era conocido- que había diseñado él mismo. Y nunca, nadie más, lucirá en el Gran América el número 12. El número de Diego Estacio.