Domingo, 14 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6237.
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Si no estamos en paz con nosotros mismos, no podemos guiar a otros en la búsqueda de la paz (Confucio)
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JAVI BAEZA

COMUNION PARA CELIACOS. Laura Patón, una niña celíaca de ocho años, no podrá hacer la Comunión como el resto de sus compañeras, después de haber acudido durante dos años a la catequesis, porque el párroco de Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real) se niega a darle una hostia alternativa de maíz. EL MUNDO ha pedido a dos sacerdotes de distinta sensibilidad, que representan dos corrientes de pensamiento dentro de la Iglesia, que se pronuncien, en un intento de arrojar algo de luz sobre un problema -el de comulgar siendo celíaco-, que afecta a decenas de miles de españoles.

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Hay dos términos que a mi entender cruzan de manera transversal todo el Evangelio: compartir y participar de la fiesta de la vida.

Cuando los creyentes nos convocamos en torno a una mesa para celebrar esa vida que vivimos o por la que luchamos, no podemos por menos que tener estos dos pilares fundamentales de la propuesta del Dios de Jesús sobre nuestro horizonte. Cuando, además, en la mesa de nuestras asambleas dominicales nos convocamos cristianos, musulmanes, parejas de hecho, divorciados, ex presidiarios, magistrados, putas, homosexuales, políticos, sanos, enfermos.... nuestro reto, domingo a domingo, es celebrar la vida que compartimos día a día en torno a la fiesta de la comunión.

Habiendo una realidad científicamente comprobada, el malestar que causa la ingestión de gluten a algunas personas, mayores y menores, no entiendo las razones del por qué no poder utilizar otra materia con la que significar que compartimos el cuerpo de Cristo y bebemos su sangre.

Nuestra celebración dominical ha ido transformándose de diferentes maneras a lo largo de estos años: homilías compartidas, alivio de ropajes litúrgicos diferenciadores de quienes compartimos la misma celebración, símbolos exiguos que no despisten... todo por encontrarnos y convocarnos en torno al Evangelio.

También en la comunión hemos ido descubriendo, juntos, cómo la expresión de esa fiesta compartida no tiene por qué pasar necesariamente por expresarla con las obleas al uso en la mayoría de las celebraciones litúrgicas. En este contexto, la materia es un instrumento que no puede atar a la vida de Dios y de su Espíritu.

Entiendo, por tanto, que la comunión eucarística bajo cualquier materia es válida siempre y cuando -con el debido respeto- sea la expresión de las realidades concretas de una determinada comunidad; así los símbolos litúrgicos serán diferentes allá donde no se conozca o haya dificultad de acceso a la harina, o donde el canto gregoriano sea más una diversión estético gozosa que la expresión vital cantada de determinada comunidad, o donde un pueblo reunido no sabe expresar lo mejor de sí si no es a través del baile y la danza.

Por tanto, ¿cómo se puede pretender anteponer la materia del símbolo al significado del mismo, sea cual sea la materia?; ¿es éste el banquete de la fraternidad y de la inclusión que Jesús quería?; ¿cómo podemos provocar a los niños -especialmente en las llamadas primeras comuniones y subsiguientes- a participar de la eucaristía y a entender el sentido de la comunión si usamos símbolos que excluyen a algunos y les obligan a comulgar sólo vino?

De verdad, no acabo de entender por qué algunos hombres que se autodenominan pastores de la Iglesia siguen tan aferrados a la materia, pasando por encima de las realidades personales y las posibilidades de éstas de celebrar la fiesta del compartir que hacemos los creyentes en la asamblea dominical.

La presencia de Jesús no está en las materias sino en lo que significamos con lo mejor de nuestra propia vida. Por esto, si la misa es el momento privilegiado de encuentro de la comunidad y, la comunión, expresión de ese encuentro, debemos reivindicar que esa reunión sea una celebración de la vida, de la vida de cada uno de nosotros, desde nuestra realidad personal, buscando aquello que nos posibilita la celebración, poniendo por encima de la materia las infinitas posibilidades de la vida y no quedando ligado a meras formalidades, sobre todo si este nuevo código de pureza se utiliza contra los más vulnerables preferidos de Jesús y su Iglesia.

Madrid.

Javi Baeza. Párroco de San Carlos Borromeo.

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