El 11 de marzo de 2004, a las 7.38 horas, en la estación del Pozo del Tío Raimundo, tuvieron lugar dos explosiones en un tren de Cercanías: murieron 68 personas. Desde entonces, la estación, junto a las de Atocha y Santa Eugenia, quedó inevitablemente ligada a los atentados terroristas del 11-M. Pero su trágica historia no ha sido óbice para el olvido por parte de las administraciones. Pese a que hace apenas cuatro meses el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, inauguraba el soterramiento de 500 metros de las líneas férreas de dicha estación y de la colindante de Asamblea-Entrevías, su aspecto es el de un lugar dejado de la mano de Dios.
La remodelación le dio nuevo brío a la zona, pero, según los vecinos, no se concluyó. No hay servicio de limpieza, las escaleras mecánicas no suelen funcionar, falta iluminación y los trenes llegan con retrasos. Por eso han decidido salir a la calle.
Félix Palomo, el presidente de la A. V. Madrid Sur, fue el encargado de poner en marcha la concentración celebrada ayer a las 13.00 horas en la calle de Candilejas. Él preparó los carteles, se hizo con unos megáfonos y los colocó en la parte superior de su coche. «Al Ayuntamiento, a Renfe y al Ministerio de Fomento se les debería caer la cara de vergüenza», aseguraba. «Desde que el alcalde inauguró los 500 metros de soterramiento con todo el boato posible, no había venido nadie de la limpieza ¡en cuatro meses! Fue ayer [el viernes] cuando por fin se dignaron a traer a una persona, únicamente porque se enteraron de la concentración», explicaba indignado. A la cita no acudieron más de 200 personas, pero Félix se dejaba la voz explicando a los vecinos todas las miserias de las dos estaciones.
«Si cierran esta puerta», decía mientras señalaba una entrada directa al andén de la estación Asamblea-Entrevías, «todos los vecinos de Madrid Sur se quedarían sin poder pasar. Tendrían que caminar casi un kilómetro. Y todo por no poner un torniquete y una máquina de billetes. Porque ésa es otra, la gente entra por aquí, y al no haber torno, se suben directamente en el tren. Luego llegan a su destino y, al salir, como no tienen billetes, no pueden. Y dependiendo del vigilante de seguridad, o les multan o los denuncian. ¡Es inaudito que seamos los usuarios los que pidamos todas las garantías para no colarnos!».
Otra de las quejas más habituales por los usuarios de la estación de El Pozo son los retrasos. «No sé cómo lo hacen», reflexionaba una joven, «pero parece que cuando llegan por aquí, los trenes se frenan o algo así, porque por lo general tardan una barbaridad». Las líneas que supuestamente se demoran son la C-1, C-2, C-7, C-8 y C-8a.
Los vecinos también reclaman más alumbrado en la zona, y unos accesos «fiables». Así lo afirmaba mientras apuraba un cigarrillo Tomás Rodríguez, al que le cuesta mucho «subir las escaleras mecánicas andando», según sus propias palabras. Se refiere a las escaleras que unen la calle de Puerto de Balbearán con la Avenida de Entrevías. «Nunca funcionan. Funcionan ahora por la concentración. Además, no deberían haber puesto unas escaleras mecánicas tan empinadas, sino una cinta transportadora, porque aquí hay mucha gente que viene con carritos de bebé y bolsas de la compra».
Cuando hablaba, a su lado asentía Carmen Collado, que no paró de lamentarse de «lo bonita que habían hecho la avenida nueva» y «cómo estaba ahora». Con el mobiliario urbano nuevo, a los visitantes les sorprende verla llena de basura, con cientos de colillas amontonadas sobre hojas, bolsas de patatas, vómitos, excrementos y las mamparas que permiten ver llegar e irse al Cercanías llenas de graffitis de diversos colores. Aun así, decenas de ancianos no paran de asomarse. «Porque es lo que tenemos», concluía uno.