R. W.. Corresponsal en Latinoamérica
Aún cuando se han escrito una infinidad de estudios, para muchos argentinos la figura de José López Rega continúa siendo un enigma. Incluso para los investigadores resulta incomprensible que un oscuro policía haya podido ocupar un lugar de privilegio dentro del régimen de Juan Domingo Perón y, posteriormente, en el Gobierno de Isabelita, la última de las tres esposas del generalísimo.
¿Es posible que en la segunda mitad del siglo XX un individuo se ganase la confianza de un líder como Perón merced a una supuesta capacidad para comunicarse con el mundo de los espíritus? Por descabellado que parezca, los registros históricos convalidan esa hipótesis como una verdad catedralicia. El ex presidente Héctor J. Cámpora, uno de los políticos más cercanos a Perón, confesó que El Brujo, como le apodaban sus numerosos enemigos, «era una especie de médium... o al menos así lo consideraba el general [Perón], que si bien no participaba en las sesiones de espiritismo, creía en sus poderes».
De baja estatura, piel cetrina y mirada penetrante, López Rega comenzó a pavimentar su camino hacia la cima en los años que Perón estuvo en el exilio: ejerciendo de secretario privado y confidente del general. Obsequioso y reservado, era él quien le llevaba los periódicos al caudillo y le leía la correspondencia. De regreso a Argentina y elegido presidente, en 1973, Perón no olvidó a su fiel ayudante. En retribución a los servicios prestados, el general le nombró ministro de Bienestar Social y... comisionado de la Policía. La tarea de ayudar a los necesitados no congeniaba con el carácter de López Rega, por lo que delegó en otros esas funciones. En cambio, el papel de polizonte con facultades ilimitadas le ajustaba como guante a la mano.
Desde su despacho -un cuarto en penumbras, viciado por el humo de los cigarrillos-, El Brujo comenzó a entretejer las redes de un aparato de represión, inserto en los cuadros de la Policía Federal. Los efectos de su modo autoritario de concebir la política se hicieron visibles desde que aterrizó en suelo patrio. Mario Roberto Santucho, ex líder del Ejército Revolucionario de Pueblo (ERP) le acusó de haber instigado la matanza que se produjo en el aeropuerto de Ezeiza, cuando su guardia personal -constituida por ex convictos o individuos de dudosa reputación- abrió fuego contra los integrantes del ala izquierdista del peronismo, que formaban parte de la multitud que había acudido a recibir al caudillo. Fue la primera acción que emprendió El Brujo en su intento de eliminar a los adherentes radicales de Perón.
«La sola mención de los grupos revolucionarios que germinaban dentro del movimiento, le hacía palidecer de rabia», cuenta Alfonso Robalti, uno de sus subalternos. Su reputación dentro de los cuadros justicialistas era nefasta, hasta el punto de ser comparado con Rasputín, el místico ruso que llegó al estrellato en la corte del zar Nicolás II.
La animosidad que concitaba no impidió que en 1974, tras el deceso del líder supremo, López Rega lograra que el Ejecutivo peronista designara a Isabel Martínez de Perón como sucesora del ilustre difunto. Isabelita era mucho más crédula que su esposo: en los dos accidentados años en que gobernó Argentina, no tomaba ninguna decisión sin consultar al espiritista. En rigor, López Rega, nacido el 17 de octubre de 1917 en Buenos Aires, se valió de sus artes esotéricas para que la presidenta le invistiera de poderes extraordinarios, como coordinador de todas las oficinas ministeriales dentro de la órbita de la Presidencia.
En el Congreso Peronista de 1975, sus propios correligionarios le acusaron de haber organizado la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A): un escuadrón dedicado a exterminar a los «elementos subversivos». El ocaso de Isabelita fue también el suyo propio. El 1977 se refugió en España y luego en Suiza. En 1986 fue extraditado a Argentina donde fue procesado y recluido por la comisión de diversos delitos, entre ellos, 19 homicidios calificados. Murió en prisión a la edad de 73 años.
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