Domingo, 14 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6237.
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 NUEVA ECONOMIA
PERFIL
El futbolista que bajó del cielo
FELIX BORNSTEIN

Se cumple ahora un año de la toma de posesión como presidenta de Liberia de Ellen Johnson-Sirleaf, la primera mujer en acceder a la cúspide del poder político de un estado africano. Algo ya de por sí insólito, lo es aún más al sur del Sáhara, en un país clavado en el corazón del Africa Negra. Pero Johnson-Sirleaf no lo tuvo fácil, porque más del 40% de los votos en las elecciones celebradas en noviembre de 2005 fueron a parar a las urnas de El Rey, la vieja estrella del fútbol liberiano George Weah. Sólo que El Rey, que venía ejerciendo el pomposo cargo de embajador de Buena Voluntad de la UNICEF desde 1997, fue rebautizado por sus partidarios con motivo de su candidatura presidencial (aprovechando que el Nilo pasa por Monrovia, más o menos), como el Moisés Negro de los liberianos por sus muy creíbles promesas de restañar definitivamente las heridas de una cruenta guerra civil de 14 años que ha costado 250.000 vidas. El futbolista y empresario Weah prometió además una interminable era de prosperidad para Liberia, un país con grandes reservas de mineral de hierro y caucho que, pese a ello, sufre una miseria espantosa. Johnson-Sirleaf, una economista licenciada en Harvard, realizó una campaña electoral mucho más templada que, afortunadamente -«la vida puede ser maravillosa, Salinas»- triunfó por vez primera en el trópico. Liberia ha vuelto a exportar.

La aventura presidencial del futbolista Weah no es una anécdota, un simple hecho curioso. La carrera política del Moisés Negro es propiamente un síntoma, un fenómeno revelador de la grave enfermedad que trastorna al Africa subsahariana, aunque en su caso terminara mal. En el Africa Negra gobiernan unos personajes casi tan carismáticos como terribles que han tomado el poder en Ruanda, Sierra Leona, los dos Congos, Costa de Marfil...

Una organización humana digna del nombre de Estado debe poseer dos cualidades básicas: el monopolio legítimo de la violencia ejercido por sus instituciones (ejército, policía, jueces y establecimientos penitenciarios) y la capacidad de recaudar impuestos de manera neutral y generalizada entre sus ciudadanos. El Africa subsahariana, salvo contadas excepciones, no responde a este criterio, ya que los que detentan la fuerza son brutales señores de la guerra que deciden sobre la vida y la muerte de las personas. Como lógica extensión de su violencia, no dirigen ninguna actividad económica que no sea la rapiña y el expolio sistemático de la población a través, en el mejor de los casos, de una burocracia privada de comportamiento venal. Y en el peor, a machetazo limpio. La mayoría de los pobres desarrapados que arriban a nuestras costas en sus embarcaciones de madera, cuando no son engullidos por el océano, huyen desesperadamente de ese tormento. La gente abandona su tierra, pero el saldo de la deuda externa de algunos países africanos coincide, casualidades de la vida, con el valor de la fortuna personal del Mobutu de guardia.

La miseria de Africa es pavorosa, pero no es consecuencia fundamental de una injusticia presente cometida por los occidentales (aunque sus barreras al comercio africano agravan mucho su situación), ni de otras innegables cometidas en el pasado por nuestros abuelos (la trata esclavista o los procesos de colonización). Mucho menos se debe a patologías endógenas de tipo racial o cultural, salvo los ensimismamientos interesados de la africanidad que hoy intentan transmitir los deportistas mediáticos (heredando el caudal de los poetas y los feroces guerreros) animados por los bienpensantes europeos de turno. El colapso africano es un problema de ciudadanía, un efecto inmediato de la tragedia que para tantos millones de africanos supone precisamente su ausencia. En Africa fallan las instituciones, la política y el Derecho. En Africa, la democracia es el simulacro de sus dirigentes para recibir ayudas del Banco Mundial, de la cooperación al desarrollo que suministran los estados prósperos y de su manejo por muchas ONG. Los pueblos africanos tienen una asignatura pendiente, la de ser los protagonistas únicos de una revolución democrática inaplazable. Suerte, presidenta Ellen.

Félix Bornstein es abogado

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