Jane Bolin, primera juez negra de Estados Unidos, murió el pasado lunes en un hospital de Queens, en Nueva York. Su fallecimiento, a pocos días del fin de semana que honra a Martin Luther King, subraya su condición de símbolo nacional.
El escueto comunicado del Colegio de Abogados de Nueva York apenas permite intuir la relevancia de Bolin. Pionera de la abogacía, fue además la primera mujer negra graduada en la Escuela de Derecho por la Universidad de Yale. Aunque licenciada con honores, los episodios de racismo fueron constantes tanto durante el bachillerato en Wellesley como en la universidad. Añadir a la condición femenina el estigma de la raza suponía una honda trabazón, aunque no suficiente para Bolin, capaz de sobreponerse a las ruedas concéntricas de tantos estigmas sin darse importancia. Lo suyo jamás fue la vanidad inversa del tímido envanecido, sino auténtica humildad.
Nacida el 11 de abril de 1908 en Poughkeepsie (Nueva York), hija de un abogado bien situado, Bolin vivió una infancia alegre. El hogar familiar la protegía de los turbulentos embates que sufría el país. Esto no obsta para que la pequeña, enganchada por el ascetismo de los textos legales desde joven, tomara conciencia de la discriminación que vivían los suyos.
Contra el criterio paterno se graduó en Yale, de donde salió como abogada en 1932. En 1939, el alcalde de Nueva York, La Guardia, la convocó a su despacho. En un gesto que conmocionó a la pacata opinión pública la nombró juez y, durante los siguientes 40 años, Bolin ejerció como tal en un Tribunal de Relaciones domésticas. A lo largo del tiempo suyos fueron los casos más enfangados, los de familias rotas, niños maltratados, crímenes pasionales, rupturas de parejas que hacían buena la sentencia según la cual el matrimonio es la génesis de toda neurosis...
Algo había que hacer en materia social. Bolin ayudó a crear un centro multirracial de rehabilitación de delincuentes juveniles. En un ensayo de 1974 dejó escrito que los ataques sufridos durante la adolescencia «tal vez fueron responsables de mi interés de toda la vida en los problemas sociales, la pobreza y la discriminación racial rampante en nuestro país». En cualquier caso jamás practicó la autocompasión.
El que hubiera sido la primera mujer juez negra nunca constituyó su salvación personal. «Todos hablan mucho, pero yo no pienso en eso. Nunca me preocupó ser la primera, la segunda o la última. Mi principal preocupación fue siempre mi trabajo», dijo.
Su dedicación laboral fue constante. En cierta medida ejerció como embajadora involuntaria de las razas perseguidas de las que hablaron Whitman, Lorca y Jean Cocteau. Su madre era blanca y su padre hijo de un afroamericano y una india americana. El color de su piel marcaba a fuego, y más en los ambientes de élite intelectual y confortables reuniones donde vivía. Por eso, el que Bolin alcanzara tanto suponía un mérito añadido, que sin embargo de poco serviría si ella no hubiera alcanzado la excelencia que distinguió su andadura.
Viuda de un abogado fallecido en 1943 y de un pastor protestante que murió en 1973, deja un hijo, Yorke Mizelle. Su legado, permanente, queda consagrado en el país que deja, donde la convivencia de tantas culturas y razas pervive como laboratorio universal que toma el pulso al nuevo siglo.
Jane Bolin, juez, nació en Poughkeepsie (Nueva York), el 11 de abril de 1908, y falleció en la ciudad de Nueva York el 8 de enero de 2007.