Domingo, 14 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6237.
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Las huestes de 'Juan Pliego'
CARMEN RIGALT

A los cómicos les gustan más las 'manifas' y las pancartas que a un tonto un lápiz

Luppi ha creado un lema para la posteridad: «La derecha española es casi gótica»

Si no fuera porque los muertos pesan, esto parecería un vodevil

Los cómicos han vuelto. Estaba cantado: les gustan más las manifas que a un tonto un lápiz. Las manifas y también las pancartas. Una vez disuelta la plataforma de la guerra, los actores se recluyeron en sus guaridas y ahora salen de nuevo a la calle. Cuánto les va la marcha. Qué tenaces son. Y sobre todo, qué guarretes, siempre con el bajo de los vaqueros despeluchado, la kufiya al cuello y los pelos como un nido de cigüeñas. Eso, en el caso de los hombres. En el caso de las mujeres, todas siguen las consignas estéticas de Pilar Bardem. Con lo poco que les costaría mirarse en Nieves Alvarez, que es una pija del otro lado. Mira que han tenido tiempo de reciclarse (dos legislaturas, dos, les dio Aznar para tomar impulso). Pues ni por esas.

Los artistas utilizan el casposeo como vehículo de reivindicación. Se nota que no pisan moqueta ni tocan cachemir. Pudiéndose llamar liberales prefirieron autoproclamarse progres. Hasta que apareció Esperanza Aguirre y aprovechando un descuido les pisó la palabra. El lenguaje ha vuelto a montar el pollo. Yo que ellos me pediría ser radical. Todavía están a tiempo.

Ha vuelto el espíritu de Juan Pliego (síntesis de Juan Diego con un pliego de firmas en la mano). El otro día, en la rueda de prensa que los actores celebraron en su nicho ecológico (el Círculo de Bellas Artes), él estaba allí. Cuando reaparece Juan Diego es que hay crisis nacional. Durante su ausencia muchos pensamos que le había cedido el testigo a su hijo Juan Diego Botto, pero estábamos equivocados: ni siquiera son primos. Además, Juan Diego se ha retirado. Su naturaleza apostólica es incombustible y no tiene parangón. Mejor dicho, tiene uno. Su eficacia con los folios sólo es comparable al vigor de Pilar Bardem con la palabra (a la actriz le pone mucho que se metan con ella: cuanto más la azuzan, más se crece).

Además de Juan Diego, arroparon el acto unos cuantos clásicos de la protesta (Aitana Sánchez-Gijón, Tina Sáinz, Rosa León, José Sacristán, etcétera), y un montón de adheridos (Ana Belén y Víctor Manuel, Joaquín Sabina, Charo López, Concha Velasco, Fernando Fernán-Gómez, Pilar Bardem, Iciar Bollaín, etcétera). Pero como el artisteo no tiene límites, la cosa se amplió. En esa denominación no sólo caben actores propiamente dichos, sino escritores, filósofos, músicos o vedettes. Saramago entra en el mismo saco que Loles León, Angel Gabilondo, Rosa Regás, Moncho Armendáriz o Lola Herrera. Todos son progres, porque progresía es ante todo una denominación de origen: mayo del 68.

Capitaneando la rueda de prensa estaba el actor Federico Luppi, que echó el verbo por todo lo alto y creó un slogan para la posteridad. «La derecha española es gótica», dijo con voz amarronada e intensa. En realidad dijo «casi gótica», pero eso fue una concesión rítmica para redondear una frase que venía de atrás. Nunca la derecha ha tenido un adjetivo tan bello y a la vez, tan implacable. Gótico, gótico, gótico. El eco llegó a las redacciones y la voz se hizo hegemónica. La derecha ya no podrá quitársela de encima. Suena como una maldición.

Ayer sábado, Raúl del Pozo hablaba en este periódico de la libertad con ira, del síndrome de Babel que se expresa en las anomalías del lenguaje, del lapsus y la taquilalia. «Los partidos hablan idiomas diversos porque piensan de manera distinta», escribía. En Raúl suena el diccionario, como en Federico Luppi. Parece argentino. A veces hasta se le escapa una sonoridad de tango arrastrado. «Asistimos a una bronca de barrio chino» añadía. Demasiado generoso por su parte, pensé. Que más quisieran los políticos. El guirigay que nos ha acompañado estos días no es una bronca arrabalera, sino de patio de colegio. Los partidos no se ajuntan, los líderes no se hablan. En la derecha, quien más quien menos lleva dentro un gobernador civil del franquismo y en la izquierda, un Rasputín. A ZP se le traba la lengua y dice cosas que piensa. El caso de Rajoy es distinto. A Rajoy se le puede comprar un coche de segunda mano, pero no una idea. Si no fuera porque los muertos pesan, esto parecería un vodevil.

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