Esas imágenes deberían hacer meditar a toda la clase política.Y digo toda, sin excepciones.

En primer lugar, al Partido Popular. No me cabe en la cabeza que el principal partido de la oposición, que ha sufrido en sus propias carnes el zarpazo bestial de los violentos, se haya quedado en casa un día como el del sábado pasado. La cúpula del PP ha acudido recientemente a cinco manifestaciones, cinco, en contra del terrorismo, lo cual me parece encomiable porque lo hacía junto a las víctimas representadas por sus asociaciones. Pero el sábado también había víctimas que llorar. Y los que se supone que deberán gobernar el país cuando así lo decidan las urnas, han brillado por su ausencia. Flaco servicio le estamos haciendo a la democracia y a sus instituciones si convertimos, como se viene haciendo desde hace ya demasiado tiempo, el terrorismo en un elemento más de la lucha partidista. Eso es totalmente inadmisible.

En el Partido Popular existe el suficiente número de personas con sentido del estado como para comprender que en este asunto nos la estamos jugando todos, y que aquí no vale hacer de gobierno ni de oposición. Ni la gente lo entiende ni la historia lo perdonaría tampoco.

Por otro lado, cabe advertir a los que tienen la responsabilidad de gobernar que es muy difícil hablar con quien no quiere. No puede ser que hoy aparezca el presidente del Gobierno diciendo que es más optimista que ayer pero menos que mañana, y al día siguiente dos ciudadanos ecuatorianos encuentren la muerte por culpa de una bomba colocada por aquellos que dicen ser los agredidos y las víctimas del estado.

Ser presidente requiere inteligencia, y no dudo que Zapatero la tenga. Pero, ¿tanto se ha equivocado como para no prever esta jugada macabra de ETA? ¿El CNI no tenía informaciones al respecto? ¿Nadie en el, por otra parte excelente, Servicio de Información de la Guardia Civil disponía siquiera de un indicio, de una pista?

Existe ahí también otro elemento de aquellos que el tiempo no deja pasar en blando: el de la incompetencia e ingenuidad. Cuídese el Gobierno acerca de con quién y de qué se habla. Yo siento vergüenza ajena, y lamento decirlo en estas líneas.

Me avergüenza la división entre demócratas. Me avergüenza que existan políticos que no estén a la altura en un tema básico para nuestra sociedad de libertades. Me avergüenza que haya gente tan miserable que pretenda sacar tajada política del dolor y de la muerte. Me avergüenza que se increpe a periodistas de Radio Nacional de España o de Televisión Española al igual que se insulte a los de Telemadrid. Me avergüenza que unos encapuchados estén riéndose de nuestra desunión, de nuestro egoísmo, de nuestra falta de unidad.

Los que están realmente detrás de ETA, que quizás conozcamos algún día para sorpresa y pasmo del personal, deberían también reflexionar. Porque, puestos a avergonzarme, me avergüenzo en primer lugar de compartir con ellos la misma especie, que es la humana. En nombre de ella, me permito unir mi humilde voz y decirles que basta ya.