IVAN TUBAU
Causó perplejidad que José Montilla metiera con calzador a Ernest Maragall en Educación, ámbito que parecía hecho a medida para Joan Manuel del Pozo, como Cultura pintaba pintiparada para Ferran Mascarell. Pero las gratitudes nepóticas y las cuotas de coalición implican servidumbres a las cuales la racionalidad política estricta debe someterse. Tanto Maragall II como Joan Manuel Tresserras son excelentes políticos y, según dicen quienes saben, buenos negociadores. La política en sus altos niveles es cosa de políticos más que de expertos o técnicos en la materia correspondiente -en tanto que político accedió Josep Borrell a secretario de Estado de Hacienda siendo catedrático de economía y a ministro de Obras Públicas siendo doctor en ingeniería-, puedo certificar que Tresserras (a quien me cupo el honor de tener como alumno de doctorado) sabe bastante de cultura y más aún de comunicación, y es difícil que Maragall II sea más lego en cuestiones educativas que la dermatóloga en asuntos culturales.
Ya sabía Montilla lo que hacía. La ministra española de Educación, Mercedes Cabrera (casi impecable mientras no se demuestre lo contrario), dispuso que la enseñanza pública primaria de toda España, por tanto de Cataluña, debía incluir como mínimo tres horas semanales de lengua castellana. No cuestionaba siquiera -debería haberlo hecho- esas insensateces llamadas inmersión lingüística y catalán como lengua vehicular única, que entorpecen neciamente la educación de cuantos niños catalanes no pueden ir a colegios de pago. Ernest Maragall no dijo amén. Vino a decir que estupendo, que así los niños de Olot o Matadepera sabrían por fin castellano.
Montilla, que sin duda compartía lo dicho por su conseller, tuvo que envainársela por mor de los socios ultras de ERC e ICV-EUiA, lo apunté aquí mismo. Pero después seguí pensando y recordé un cuento de Giovanni Papini que leí en El libro negro. En mi adolescencia, que es cuando las lecturas dejan huella. Resumo sucintamente la idea núcleo. Un chico pobre e inteligente, convencido de que habiendo pobres y ricos no puede haber Dios, se propone llegar a Papa para clamar el día de su toma de posesión desde la silla de San Pedro: «¡Jesucristo no fue el hijo de Dios, porque Dios no existe!».
Por fin su astuta tenacidad logra que lo elijan Papa. Se sienta sobre su culo en la silla de marras, se le va el santo al cielo y proclama: «Dios es uno y trino y Jesucristo su único hijo».Montilla (José, no Josep), última esperanza charnega de liberar Cataluña de la murga nacionalista, es ese personaje de Papini, me dije. Leyó el cuento -en su adolescencia también, menos lejana que la mía- y piensa hacer lo que el Papa de Papini quería. Decir: «Cataluña no es una nación porque las naciones no existen. Solo existen los Estados realmente existentes. Cataluña tiene Estado: el Estado español, l'Estat como decís los nacionalistas para no decir España». ¿Osará o hará como el Papa de Papini?
Wait and see, digámoslo en la tercera lengua de Cataluña.
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