El centenario de la Junta para la Ampliación de Estudios, que se celebrará durante todo este año, arrancó ayer con la presentación de una pareja de bustos de gran tamaño dedicados a los dos científicos más prestigiosos que ha dado España: el aragonés Santiago Ramón y Cajal y el asturiano Severo Ochoa.
Las esculturas, de similar factura y situadas una frente a la otra, quedarán a la vista del público en la madrileña calle de Serrano, entre la Embajada de Japón y el instituto Ramiro de Maeztu. Con ellas pretende crearse un vínculo, según pudo escucharse ayer, entre la situación actual y la época dorada que vivió la ciencia española en el primer tercio del siglo XX.
«Nos gustaría -y de hecho lo hacemos- recuperar ese espíritu regeneracionista», aseguró ayer Carlos Martínez, presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), institución heredera de la Junta para la Ampliación de Estudios y cuya sede central acoje ambos bustos.
La presentación de las esculturas, en la que participó el secretario de Estado de Universidades e Investigación, Miguel Angel Quintanilla, también marcó el pistoletazo de salida del que será el Año de la Ciencia en España, según aprobó el Gobierno el pasado viernes mediante la emisión de un Real Decreto.
Quintanilla resaltó el «gran simbolismo» que, en su opinión, revistió la inauguración de los bustos, y recordó que las primeras décadas del siglo pasado fueron un periodo muy fructífero para la ciencia, en el cual se establecieron los cimientos de lo que ahora es el CSIC. «Debemos reconocer que somos los herederos de la Junta para la Ampliación de Estudios, que hemos recuperado la Edad de Oro de la ciencia española», señaló.
El escultor Víctor Ochoa, sobrino de Severo Ochoa y creador de la pareja de obras a petición del CSIC, destacó la «total libertad e independencia» con que las ha elaborado. Los bustos de los investigadores no se apoyan sobre un basamento centrado, sino que emergen de una estructura irregular para recordar que ambos científicos tuvieron que desempeñar su trabajo «en circunstancias desfavorables», según señaló el artista. Cajal, el «alquimista» del laboratorio desordenado, se inclina hacia atrás en postura reflexiva, mientras que el ordenado Ochoa, representante del mundo de la especialización, parece levantarse inquieto hacia delante en busca de algo nuevo que escudriñar.
Angeles Ramón y Cajal, nieta del genial investigador, recordó que su abuelo aceptó a regañadientes ponerse al frente de la Junta para la Ampliación de Estudios, ya que ésta nació «con muchos enemigos políticos» y sería tachada en los años 20 de «nido de conspiradores y ateos».
En 1906, Ramón y Cajal compartió el Nobel de Fisiología (hoy, de Medicina) con el italiano Camillo Golgi por sus revolucionarios estudios de la estructura neuronal del cerebro. Un año después, hace ahora 100, se creó la Junta para la Ampliación de Estudios, que agrupó las principales investigaciones del país y cuyo primer presidente fue Ramón y Cajal. En 1925, el joven Severo Ochoa comienza a trabajar en el Laboratorio de Fisiología de esta institución junto a Juan Negrín, quien más tarde sería nombrado presidente de la República en plena Guerra Civil.
Tras una larga y fructífera carrera, impulsada en 1929 por una beca de la Junta para la Ampliación de Estudios para investigar en Alemania, Ochoa recibiría el Nobel de Medicina en 1959, junto a su discípulo Arthur Kornberg, por haber logrado la síntesis del ácido ribonucleico (ARN). En realidad, el científico llevaba décadas fuera de España y recibió el Nobel como ciudadano estadounidense, aunque, por haber nacido en Luarca y haber dado en Málaga y Madrid sus primeros pasos académicos, siempre se le considerará el otro gran investigador español, junto a Cajal, galardonado con este premio.
El lamento de los jóvenes
«Si Cajal levantara la cabeza y viera lo que se está haciendo con nosotros, no sé cómo reaccionaría». Muchos de los problemas a los que tuvo que enfrentarse el científico aragonés al frente de la Junta para la Ampliación de Estudios, como la falta de estabilidad de los jóvenes profesionales o la endogamia en las universidades, continúan vigentes un siglo después, lamentó ayer Alejandro Mira, secretario de la Asociación Nacional de Investigadores Ramón y Cajal, compuesta por becarios del CSIC.
El que será el Año de la Ciencia se presenta para los jóvenes investigadores como un tiempo de cambios, ya que la institución se convertirá en una agencia estatal. «Va a ser positivo porque, en teoría, se van a flexibilizar las posibilidades de contratación», señala Mira. Sin embargo, nadie sabe muy bien cómo se materializará este plan ni cuándo se pondrá fin a dos de sus principales problemas: perder la financiación de sus estudios cada vez que cambian de centro y no ser contratados por el CSIC, pese a cumplir todos los requisitos que la propia institución les impuso.