¿Qué alternativa propuso el líder de la oposición ante un presidente arrinconado? Un asesor del presidente me dijo que Mariano Rajoy se apunta a la derecha dura que se perfila en Francia y en toda Europa: «Ha escogido el camino de Sarkozy».

Dijeron los viejos cronistas que cuánto perdería Madrid el día que no fuera teatro de las resplandecientes funciones parlamentarias porque la elocuencia, en España, es un arte popular. Ayer en el Congreso de los Diputados no hubo una fiesta de la palabra, sino una ceremonia de la penitencia, un cuadro de Berruguete apoyado en las seis columnas corintias, sobre el frontispicio que incluye el bajorrelieve de Ponzano que representa a España abrazando la Constitución. Mariano Rajoy proclamó que ya no se puede ocultar el fracaso de Zapatero porque no da la talla ante la sociedad española, carece de fiabilidad, de capacidad de análisis y de prudencia. «A usted le ha tomado el pelo un rebaño de asesinos». Utilizó las metáforas de animales, siempre peligrosas curvas verbales donde un orador se puede estrellar. «Usted tocaba el violón», le dijo a Zapatero, «mientras cabalgaba sobre un tigre, estaba afilando los dientes del cocodrilo». Y también empleó frases chocarreras: «Lo que usted propone es la carabina de Ambrosio». Un presidente sin aire, en la esquina, tal vez con cefalea, con cierta confusión mental, fue enumerando su política, frente al callejón sin salida de Rajoy. Insistió Zapatero en que no habrá dialogo con la violencia y pidió consenso como el que pide una toalla. Prometió que ninguna organización que no cumpla con la Ley de Partidos se podrá presentar a las elecciones. Y luego hizo el acto de fe, que la izquierda llamó autocrítica. La legislatura no salió ayer arrastrada por la escalinata de granito.

Todo eso lo iba yo pensando por la calle de Zorrilla, donde vivió Azorín, el cronista parlamentario de la prosa tartamuda, según Umbral. Azorín escribía, después de expectorar en una de las escupideras del palacio de San Jerónimo, que en política no se puede hablar sin Retórica, ni se puede vivir sin Derecho, pero que la hipérbole, la sobreactuación, el látigo excesivo se vuelven contra el orador. Mariano Rajoy dijo que apoyar el proceso de paz es un suicidio, y el presidente le recordó que es lo que han hecho todos los presidentes de la democracia.

Sigue Lhardy al final de la cuesta de la Carrera de San Jerónimo, pero ya han desaparecido las mariposas del gas y las predicciones apocalípticas sobre el fin de las contiendas civiles. Los políticos que asustaron a la nación se han esfumado, son sombras vanas. Es verdad que hasta el momento Zapatero sólo ha conseguido que los de ETA extorsionen en Navidad con villancicos, pero visto con perspectiva, todo esto un día parecerá una terrible equivocación, y no sólo de los pistoleros. José Blanco me dijo: «Ha sido una equivocación letal, eso de que si cumplen hay bombas y si hay bombas no cumplen. Es dejar a la gente sin salida». José Andrés Torres Mora, consejero del presidente, diputado por Málaga, comentó: «Rajoy tiene una coherencia misteriosa, con un punto de partida lógico, pero al final estamos ante el discurso delirante de un psicótico, que no enfrenta su teoría con la realidad».

Un presidente del Gobierno sin fuelle, pero con un plan, y un líder de la oposición contundente, pero sin trazado, se enfrentaron ayer en un auto de fe, en el que curiosamente el que se quedó solo fue el que propuso combatir la herejía. El resto de la Cámara estuvo con el reo.